martes, 30 de diciembre de 2008

MI PERRO DINAMITA

Mientras reordeno mis notas sobre el recital del Indio Solari en La Plata, inauguro una nueva sección con interpretaciones libres de canciones.
La poética del Indio justamente va a estar muy presente en la sección, por su ambiguedad, misterio y mística. Y porque me fascina.

Ayer, escuchando esta canción de Los Redondos -que nunca me gustó demasiado por ser muy popular y de un rock bien cuadrado-, me pareció descifrar un posible significado: ¿es una descripción del público de Los Redondos?

Mi perro dinamita

Yo no sé si a tu perro le gusta ladrar a lo bobo
mi perro ­No! no quiere ­No!
(el público de los redondos es tan fiel como un perro, pero no grita histérico como los fans de ricky martin)
con el hocico afiebrado ­No!
(se le caen los mocos de merca a la monada)
recuperando palitos, corriendo a lo bobo
¨Por qué, si es su rock'n roll?

No más culo mojado
­No! quizá algún fueguito...
aquí y all algún fueguito ensaya mi perro
(prenden bengalas)
­Porque este es su rock'n roll!

Mi perro dinamita está fiero como un tártaro
(público de ladrones y presidiarios. gente jodida a punto de explotar)
y gruñe ­No! rechaza ­No!
no mueve el rabo con docilidad
ni da la patita, ni hace el muertito
(¿hacen exactamente lo que el cantante les pide? no, son difíciles de controlar)
y aúlla este rock'n roll!

Y dice ­No! y me desobedece
(¿presagio de que se le iba a ir de las manos, como en el recital de River?)
­No! es lo mejor que hace
aquí y allá el muy zorrito
la va de rififí
(caminan como si fueran famosos -como el perro rififí-, dueños de la calle, locales donde van, y mañosos como los zorros)
­Porque este es su rock'n roll!

martes, 23 de diciembre de 2008

BELLAS ARTES

Era la materia filtro de la Facultad de Bellas Artes. Gracias al boca a boca, desde el primer día todos sabíamos que Taller 1 de la Cátedra Rabuccini era el obstáculo a superar. Al parecer la muy hija de puta saboreaba los momentos en que los alumnos debían pasar al frente con sus trabajos; y aprovechaba el miedo escénico para despedazarlos enfrente de toda la clase. Hoy iba a descubrir si la leyenda era verdad.

Mientras iban amontonándose los estudiantes reprobados, no podía más que ser testigo del futuro inminente con mi patética escultura en el regazo. Uno a uno subían los pequeños proyectos de artistas fracasados. Se paraban de espaldas al pizarrón y enfrentaban el aula con sus obras tímidas, temblorosas, expectantes. Tropezando con las palabras, desnudaban el alma frente a las otras cien víctimas que, como yo, observaban angustiadas desde sus asientos, esperando su turno.

Rabuccini vestía pantalones largos y oscuros, con camisa y chaleco a tono. Tenía los rasgos duros y angulosos de los alemanes: tez blanca, nariz fina, pómulos salientes y el pelo bien tirante hacia atrás que terminaba en un rodete ajustado. Desde su cómodo asiento de verdugo, al lado del condenado de turno, Rabuccini escuchaba la justificación que acompañaba la exposición de las obras de arte y, luego de una pausa sádica, los ajusticiaba con caprichosos análisis baratos, obligándolos a regresar a sus asientos con la psiquis maltrecha y un aplazo desmoralizante. Las estadísticas no mentían: después de la primera entrega más del setenta por ciento de los estudiantes abandonaban la carrera.

Yo estaba aterrado, por supuesto. Ya tenía mi escultura lista, pero estaba seguro de que no pasaría la prueba. Me había resultado imposible responder a la consigna: “Realizar una obra de arte personal que resuma quiénes son y qué quieren conseguir en la vida”.

En su momento, encontrar una palabra que sintetizara mi personalidad fue lo más complicado. Luego de veinte minutos de autoanálisis decidí buscar inspiración en la televisión. Ese fue mi primer error. Tres horas de zapping después sentía que empezaba a saber algo más de mi mismo: al parecer era una persona dispersa. El resultado me asustó, tenía miedo de conocerme a fondo y descubrir que no me caía para nada bien. Entonces opté por encarar el trabajo desde el otro costado: qué quiero ser en la vida. Yo estaba convencido de que quería ser artista. O arquitecto. O diseñador gráfico. O contador. Estaba muy cerca de llegar a una conclusión con mi psicólogo con respecto a ese tema.
Finalmente opté por volcar todos mis cuestionamientos en una obra abstracta que me brindara el beneficio de la duda. Y ahora, aferrado a mi escultura y mordiéndome los labios, esperaba el grito más temido.

-¡Jiménez!
Jiménez pasó al frente y yo respiré aliviado.
-¿Qué es eso Jiménez, me puede explicar?
Jiménez sostenía en sus manos una especie de globo terráqueo teñido de negro, decorado con algunas curitas, deformado a los golpes y atravesado por todo tipo de materiales: clavos, tijeras, un cuchillo de asador y una dentadura postiza pegada con cinta skotch que mordía a Estados Unidos como si fuera un anciano con hambre de venganza o de comida chatarra.

Rabuccini se puso de pie. Jiménez era un chico alto y flaco, pero en ese instante pareció encoger unos veinte centímetros.
-¿Me puede decir qué es esto Jiménez? ¡¿Qué simboliza esto Jiménez?! Por favor, explíqueselo a sus compañeros que lo están mirando, porque yo no lo puedo entender.
-Yooo… esteee… yo intenté… -aclaró Jiménez, con el labio inferior agitándose como gelatina.

Rabuccini tocó el globo terráqueo, lo recorrió lentamente y extrajo el cuchillo de asador. Todos contuvimos la respiración. La justiciera agitó el cuchillo cerca de la cara de espanto de Jiménez.
-Vos tenés que ver a un psiquiatra Jímenez. ¿Cómo pudiste hacer una cosa así? Esto es obra de alguien con conductas psicópatas. Mirá lo que hiciste, ¡miralo!
Jiménez petrificado salió de su transe y observó lo que tenía en las manos: un globo terráqueo malherido, moribundo, víctima de algún torturador.
-¿A vos te parece normal eso que hiciste?
-Y… no se… es algo oscuro, quizás, ¿no?
-¿Algo oscuro? ¡Algo oscuro! Andá Jiménez, volvé a tu asiento, haceme el favor. Tenés un dos,¿sabés? Y decile a tus padres que necesitás terapia. El cuchillo me lo quedo, querido.

Bueno, no le fue tan mal, pensé desde mi asiento. Por lo menos sacó un dos. Y repetí mentalmente: que no me toque, que no me toque, que no me toque, que no me.
-¡Guevara!
Guevara se desplazó con agilidad y confianza hasta el frente. Habíamos empezado la cursada hace un mes, por eso casi no nos conocíamos entre nosotros, pero a Guevara la tenía vista. Me había llamado la atención porque siempre se la veía sonriendo, despreocupada. Se notaba que tenía personalidad. Y unas tetas…

-¿Qué me trajiste Guevara?
-Bueno –empezó ella, resuelta y relajada-. Esto que tengo acá es un diario íntimo, como se puede ver. Es rosa, porque ese color me gustaba de chiquita y este es el diario íntimo que tenía por ese entonces. Elegí este objeto porque simboliza mi privacidad, porque acá escondo mis secretos y, en cierta forma, mi vida íntima.
-Aja, ajá, muy bien –acompañó Rabuccini, como regodeándose por esos secretos que estaban a su alcance.
-Sí –siguió Guevara, siempre mostrando el diario íntimo a la altura de sus magníficas tetas-. Y cubrí el diario íntimo con todas estas cadenas y candados que las saqué de las bicicletas de mi familia.
-Muy bien, ¿y por qué decidiste eso?
-Fácil, lo cubrí de cadenas porque esto es algo muy mío, y lo comparto si quiero con las personas de mi confianza. Entonces, ¿qué derecho tiene usted de meterse en mi vida privada?

Rabuccini se quedó muda. Tibio, desde el fondo, surgió el primer aplauso y en unos segundos el aula entera retumbaba con la ovación de todo el curso. Rabuccini reaccionó gritando ¡orden! ¡orden!, pero la energía reprimida se había desatado y no podía detenerse. Las risas y los gritos subían hasta las grandes alturas del techo, y algunos valientes hasta se pararon en sus bancos para pedir más y más palmas.
-¡Silencio! ¡Sileencio!
-¡Que no decaaaaaaiga! –respondió alguien desde la comodidad del anonimato.

Tarde o temprano la alegría tenía que apagarse. Y cuando ese momento llegó, Guevara ligó un uno y se aseguró un lugar en la lista negra de la profesora. El silencio reinó de vuelta en la clase. Un silencio tétrico, de cementerio.

Que no me toque, que no me toque, que no me.
-¡Cámpora!
Uf, uno menos. Abrí los ojos, descrucé los dedos y ví cómo Cámpora, el chico sentado a mi lado, se levantaba con una caja de zapatos para ir hasta el pizarrón. Caminó lento, arrastrando un poco su pie izquierdo, como si esa parte del cuerpo se negara a ser cómplice de la próxima masacre. Rabuccini se aclaró la garganta. Todavía tenía la vena inflada en el cuello. Aunque no lo quisiera, Cámpora iba a ser el encargado de desinflarla. Una ejecución más y regreso a la normalidad.

-¿Qué escondés ahí dentro Cámpora?
Cámpora apoyó la caja de zapatos en la mesa y sacó una piedra rojiza del tamaño de un puño, encerrada en un cubo de cristal.
-Bueno… -dijo apagado, casi en voz baja.
-Hable más alto Cámpora, que los de atrás no escuchan.
Cámpora tragó saliva.
-Yo tuve un accidente hace un par de años. Un accidente grave.
Su voz seguía siendo un susurro, pero el aula ya estaba escuchando. Todos prestaban atención en un mutismo armónico que le daba más peso a sus palabras.
-Estaba de vacaciones en Brasil con mi familia, en Bombas y Bombinhas, unas playas tranquilas que… no se si conocen…Y me tiré de clavado desde la escollera… no me di cuenta pero no era tan profundo como parecía. Caí sobre unas piedras, o al menos eso me contaron en el hospital. Dicen que por el agujero del cráneo se podía ver parte de mi masa encefálica. Tenía sangre por todo el cuerpo. Mis hermanos me contaron que las personas que estaban en la guardia me miraban fijo, pero con los ojos tapados. Yo de lo único que me acuerdo es de sentir la cara mojada, como si me estuviera atragantando. Seguro que era sangre, porque lo sentía como un líquido espeso. Cuando desperté de la cirugía los enfermeros entraban a mi cuarto y me saludaban sorprendidos. “¡Sos vos, no puedo creer que te salvaste!”. Yo no los había visto en mi vida pero ellos se acordaban. Tuve un año de recuperación para volver a caminar. Por suerte quedé bien… pero bueno, eso me marcó mucho en la vida.

Cámpora se detuvo y observó a toda la gente del curso. Yo tenía los ojos bien abiertos, como muchos otros. Rabuccini también estaba sin aliento. Callada, casi conmovida, no se animaba a atacar.
-¿Y qué cosa hiciste, querido? –dijo, por fin.
-Yo este verano volví a Bombas y Bombinhas con mi familia. Caminé hasta la escollera del accidente y me quedé un rato pensando. Cómo son las cosas, ¿no? Con cuidado bajé hasta el agua y me puse a bucear, como buscando mi cuerpo inconciente, los restos de quién solía ser. No lo encontré, por supuesto, pero me traje esta piedra de ahí. Me sirve para recordar, en cierta manera. Simboliza la fuerza que tuve para superar ese momento difícil. Mi fortaleza interior. Y la encerré en una cajita de cristal, que representa la debilidad de mi cuerpo, ¿no? Lo frágil que es la vida.

A esa altura yo ya no podía ver bien porque tenía los ojos vidriosos, pero a la distancia parecía que Rabuccini también estaba lagrimeando. Le puso un nueve, la nota más alta de la historia de la Cátedra.

Cámpora guardó su trabajo en la caja de zapatos y regresó despacio, arrastrando el pie izquierdo. Se sentó a mi lado, con una sonrisa de satisfacción. Yo no sabía qué decirle. Estaba agradecido: su tragedia había puesto todo en perspectiva. Ya nadie le tenía miedo a Rabuccini. La entrega no era tan importante, después de todo.

Le di un golpe leve en el brazo y le dije:
-Terrible lo que te pasó. ¿Fue dura la rehabilitación?
-No, ¿qué rehabilitación? Todo saraza, chabón. Si en mi vida fui a Brasil… yo siempre veraneo en Villa Gesell.

domingo, 21 de diciembre de 2008

SORDOMUDOS

Hay que decirlo: los sordos son muy gestuales.
Deberían ser buenos mimos.
Ellos lo saben, pero lo evitan.
Saben que todos odiamos a los mimos.
Y sin embargo también nos gustan los mimos.
¿Los mimos son mimosos?
Antes que mimo, yo preferiría ser sordo, mirá lo que te digo.
Son muy inteligentes los sordos.
No es fácil ser habilidoso en algo y decidir no hacerlo.
Sino preguntale a Juana Molina.
Ella se niega a hacernos reír porque prefiere cantar.
Y los sordos se niegan a demostrar su talento como mimos.
Prefieren no ser golpeados en la vía pública.
¡Cuanta inteligencia!
Debe ser por eso de que tener un sentido de menos te mejora los demás.
Ahí Dios estuvo piola, supo compensar.
Por eso hay que respetar a los sordos.
Y no sólo por ser sordos.
Eso sería tratarlos de inválidos o algo parecido.
Ellos quieren ganarse el respeto, sino no tiene gracia.
Me dio mucha gracia de repente.
Gracias, me dieron.
¿Los mudos cuando se ríen, hacen ruido?
Ya sé, hay mudos y mudos.
Algunos ni siquiera se ríen.
De los ciegos no vale la pena decir mucho.
No me van a leer nunca.
El otro día hicimos una encuesta.
Queríamos establecer el ranking de los sentidos.
Uno dijo que era una encuesta sin sentido.
Tenía razón, y a la vez no.
Era una paradoja, pero no de las peligrosas.
Las peligrosas son las que implican un viaje en el tiempo.
Como en Volver al Futuro.
Esas te hacen implotar un Universo, son jodidas.
¿Un Universo? Eso tampoco tiene sentido.
Si es Universo, no hace falta aclarar que es uno.
Los poetas vagos aman el Universo.
¿La cazaste? Se lo voy a vender a Larry the Clay.
Ya se, te estoy haciendo perder el tiempo.
También se puede perder el sentido del tiempo.
Pero igual no entró en el ranking de la encuesta.
Para establecer las posiciones había que imaginarse perdiendo ese sentido.
Y costaba mucho imaginarse sin tiempo.
Es cierto, a los workaholics no les debe costar tanto.
¿Y si perdemos EL sentido?
Plok! Nos desmayamos.
Lo hace sonar tan importante (por la mayúscula).
Pero ni siquiera es un sentido, es sólo una forma de decirlo.
También se puede decir perder el conocimiento.
Quizás por eso es tan importante.
Si perdés el conocimiento, sos un ignorante.
Esos son peligrosos en serio.
No nos olvidemos de Bush.
Che, me fui de tema.
Volviendo a la encuesta…
Los resultados, en orden de importancia:
1-Vista.
2-Habla. (O mudo. O como se diga. Me quedé sin palabras)
3-Oído.
4-Tacto.
5-Gusto.
6-Olfato.
¿Opiniones?

miércoles, 17 de diciembre de 2008

EN EL PAIS DE LAS BARBAS

Estaba rodeado de barbas. Había barbas blancas muy sabias, barbas peladas infantiles con gran potencial y barbas rojas bien cariñosas. Todas eran largas, y algunas estaban orgullosas de ser todavía más largas.

Él tenía una tímida barba de dos días. Casi analfabeta, la pobre. Estaba muy impresionada por todo lo que había visto esa noche, pero tenía miedo. Para sacarse la duda se acercó sigilosamente a una barba que descansaba haciendo la digestión, después de una larga cena repleta de cánticos, saltos y moralejas.

-Perdón, que la moleste. Es cierto eso que dicen? Ustedes me van a lavar el cerebro? -preguntó con la inocencia de un hombre de 32 años que nunca jamás dejó de ser niño.

La barba, recostada, se puso de pie y lo miró de arriba abajo. Mientras se acariciaba la mano con los pelos puntiagudos del final de su barba dijo:

-Es cierto que te vamos a lavar el cerebro, pero hay una buena razón para eso: el tuyo estaba muy muy muy sucio.

En eso tenía razón. Yo lo conozco de toda la vida, y te lo garanto.

jueves, 4 de diciembre de 2008

JIRAFAS LESBIANAS

Yo pensaba que todas las jirafas eran lesbianas. Esas cosas que uno piensa sin pensar, no? Quizás sea por las piernas largas o por esa expresión amable que llevan en la cara, pero a primera vista se ven bastante femeninas, no cierto? Y por más que tengan un pene del tamaño de mi brazo –como el que estoy viendo ahora mismo-, siguen siendo LAS jirafas. Por Dios, ese tubo negro es más grande que el de los caballos! Habría que avisarle a la Ciccolina.

Con esta imagen impactante frente a nuestros ojos, debería sugerirle a Silvia que sigamos camino hasta la jaula de los mandriles o mi preferida, la pantera negra, pero desde el momento en que la señor jirafa desenfundó su aparato, no puedo dejar de mirarlo. Y no sólo por la sorpresa de ver a una lesbiana con pene, sino por la actitud de su pareja, la jirafa hembra. Es una perfecta histérica, como todas las mujeres. Menea la cola con la excusa de estar espantando moscas, y cuando el jirafo intenta montarla la muy puta se corre y lo deja pagando.

La imagen es hipnótica y se repite cada cinco minutos. Es el tiempo que tarda el macho en superar su trauma psicológico. Después de cada fracaso la cosa se abatata; él entra en razón y parece olvidarse del asunto. Pero entonces la guacha vuelve a menear la colita y, por ese maldito instinto insertado en los genes, el tipo no puede evitar volver a intentarlo. Tengo que admitir que me siento un poco identificado con el pobre animal. Principalmente por los cuernos -algo que Silvia me puso hace rato-, pero también por mis intentos fallidos de ponerla en público. Tengo la impresión de que Silvia quiere cortarme y no se anima a lastimarme. Hace tres meses que se asegura una muchedumbre a su alrededor cada vez que nos encontramos, así no correr el riesgo de lidiar a solas con mi versión cachonda. Y no me deja otra alternativa que intentar cojerla en público.

Recién las jirafas me motivaron: amagué a atarme los cordones y apenas me levanté logré tocarle la teta izquierda. Silvia protestó, pero al menos ya puedo decirle a mis amigos que recuperé la segunda base. Ellos siempre me aconsejan que la deje.
"Llevala a Fuerte Apache y dejala ahí nomás", me dicen, pero sé que no me conviene. En una de esas después me crece una conciencia y encima tengo que pagar el rescate.
Además yo se que Silvia me tiene cariño. Por eso una vez me prometió que el día que quiera dejarme va a ponerse lo más fea posible durante el tiempo que sea necesario para que finalmente sea yo el que le corte a ella. Empezó suprimiendo el escote y sacándose el maquillaje, pero desde hace un mes anda en joggings y volvió a ponerse maquillaje, aunque esta vez parecerse al cantante de Kiss (Silvia sabe que detesto el rock pesado).

Cuando cayó la tarde, todos desperdiciamos una nueva oportunidad. Silvia no llegó a cortarme ni yo a tocarla. Y la señor jirafa se quedó con un dolor de huevos que ni te cuento. En fin, una nueva noche solitaria en mi cama. Ya no se cuanto tiempo más voy a poder sostener esta situación. Me siento tan estúpido como don jirafo, y ni siquiera tengo una hembra en mi jaula. A nadie le interesa que tenga crías. Si tan solo fuera una especie en peligro de extinción, mis posibilidades aumentarían considerablemente. Para colmo, me cuesta dormir. Doy tantas vueltas en la cama que me mareo. ¿Por qué sigo dando vueltas carnero? No debí haber mezclado champagne con ribotril. Tengo que tranquilizarme, estoy muy inquieto. Lo mejor es recurrir a la táctica de siempre. Pienso en las piernas largas de las jirafas lesbianas, bajo la mano y empiezo a trabajar. Buenas noches a todos.

martes, 2 de diciembre de 2008

ALTERNANDO

Iba viajando en el subte, contento de estar en el subte y de estar sentado (algo no tan fácil de lograr), cuando una mujer se instaló en el pasamanos justo enfrente mío. Hice lo que los hombres solemos hacer en esas situaciones: esperé un momento, fingí que seguía leyendo el libro de Bukowski y relojié. No estaba mal. Pero lo que me sorprendió es verla mandando un mensaje de texto con su celular, mientras sostenía un segundo celular con la otra mano.

Seguí leyendo el cuento hasta el final, pausando la lectura con miradas sigilosas para ver si en una de esas llegábamos a hacer contacto visual. ¿Para qué? No se, la verdad. Es algo que hacemos los hombres cobardes. Finalmente decidí guardar a Bukowski en la mochila y seguir con Los libros de la guerra, una recopilación de notas publicadas por Fogwill.

En mi fisgoneo número ocho, la vi sonriente respondiendo un mensaje, esta vez desde su segundo teléfono. Yo alternaba libros y ella, celulares. Me dio gracia el pensamiento y esta vez me quedé mirándola fijo un rato largo, para que se entere. Le iba a preguntar por qué tenía dos celulares, pero cuando se dio cuenta de mi fijación me miró con asco y entendí que mi pregunta iba a ser bastante idiota. Me quedé callado, una reacción casi siempre saludable.

Se me ocurrió que había algo en todo eso que no tenía mucho sentido. Y que en una de esas, esta vez no era yo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

UN INSTANTE

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La felicidad más auténtica
es la que muere más rápido.
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domingo, 30 de noviembre de 2008

EL AMOR: ME CHUPA UN HUEVO

Me chupa un huevo. Eso es el Amor.

Fijate en ese chiquilín que camina por la plaza de la mano de su mamá.
Quizás todos los años se lleva matemáticas; tal vez le dicen rechoncho en el barrio en modalidad de cántico (¡re-chon-cho! ¡re-chon-cho!) o en una de esas la chica que más le gusta en todo el mundo vive adentro de la televisión y no está enterada de su existencia. Pero en última instancia todo eso a él no le importa.
Cuando peor se ponen las cosas, siempre puede aferrarse a la mano de su mamá como si fuera un talismán y pensar:
-Me chupa un huevo. Total, tengo a mi familia que me quiere.

Ahora ese mismo chico tiene unos veinte años más; y después de una larga búsqueda tuvo suerte y se enamoró. Entonces su vida cambia, porque si el jefe lo trata mal y no le deja usar el messenger, las cuentas no le cierran para irse de vacaciones o Rosario Central se va directo al descenso, la frase se repite: Me chupa un huevo.
-Total, ella me ama. Y a la noche cuando vuelvo nos comemos unos ravioles con salsa, hacemos la digestión y después me deja darle besos detrás de la oreja.

Es posible que un día la pasión se extinga o baje su intensidad, dirá usted. Entonces el amor seguirá estando, pero el Me chupa un huevo pasará a ampararse en los hijos.
-Qué me importa el mundo a mí, si en casa tengo un cachorrito de humano que me mira con ojos grandes, hace cosas fascinantes y te lo presto solo unos segunditos no sea cosa de que me lo rompas.
Y después los nietos, que dicen que es la recompensa que se les da a los padres por haber tenido hijos. Pura alegría sin responsabilidad.

Ahora bien; entre el día que nos convertimos en adolescentes y el día que encontramos a esa mujer se vive La Brecha.
La Brecha es el momento difícil en que experimentamos nuestro proceso de cambio. Es cuando luchamos para ser quien queremos ser hasta que lo logramos o terminamos conformándonos con ser quienes realmente somos.

La Brecha puede ser una etapa sufrida, porque el Me chupa un huevo es una red de seguridad que nos falta y se hace sentir. Seguro, podremos contar con el cariño de amigos y familiares, pero no es ese Amor que, según John Lennon, es todo lo que necesitás.
Ese Amor pesa en su ausencia porque -al igual que aquel hombre que soñamos ser de niños- hasta no verlo realizado es una cuenta pendiente. Sin embargo es durante La Brecha cuando uno tiene que aprovechar para dar el gran salto en los objetivos personales; porque tal vez más adelante, todo eso importará un poco menos.

Hay un riesgo. Cuando nuestro Amor antídoto frente al mundo desaparece antes de tiempo, el Me chupa un huevo pasa a ser otra cosa: una instancia peligrosa, donde nada importa. Ni lo bueno ni lo malo. Nada.
Algunos logran superarla.
Otros, no.

lunes, 24 de noviembre de 2008

ORIGINAL

Pensá en esto: hace unos diez mil años que los hombres medianamente civilizados caminan por la tierra.

Pensá en esto: En el año 1000 A.C. ya éramos unas cincuenta millones de seres que hablabamos, comíamos, cojíamos y mirabamos para arriba preguntándonos que eran esas lucecitas que titilaban.

Pensá en esto: Actualmente somos unas 6.671.679.034 personitas (menos dos que acaban de chocar con el auto, más tres que recién lloraron por primera vez, menos tres que se fueron a dormir y no se despertaron, etc).

Pensá en esto: Toda esa gente que existe, más todos esos otros que existieron, pensaron -o hicieron el intento- durante cada minuto de las 24 horas de los 365 días de los diez mil años que venimos siendo más o menos humanos.

Pensá en esto: Tener un pensamiento verdaderamente original, a esta altura, es practicamente un milagro.

Pensá en esto: Esto ya lo pensó alguien antes.
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Lo único que nos queda es decir lo que ya fue dicho con otras palabras a gente distraída que no lo escuchó nunca antes.

martes, 18 de noviembre de 2008

CITA A CIEGAS

La vi caminando por avenida Santa Fé y casi sin darme cuenta empecé a seguirla. Fue como un instinto. Esas piernas comenzaban de la mejor manera, y su forma de andar, tan diferente a las demás, podía ser justo lo que necesitaba.

Anduve una cuadra entera en cámara lenta jugando a la pisadita con su sombra. Mientras admiraba el ligero vestido hippie (y su contenido), su movimiento de caderas resultaba algo hipnótico, y mi mente viajaba apagada como si disfrutara del hermoso paisaje desde la ventana de un micro de larga distancia. Lo importante -lo principal-, era que ese palo blanco que marcaba el compás de sus pasos abría la chance de que ella no estuviera fuera de mi alcance. ¿Quién sabe los parámetros de selección de una ciega?

Cuando llegó a la esquina frenó, y yo me paré a su lado.
-¿Te ayudo a cruzar?
-Bueno, gracias -dijo, y sin preguntar nada se aferró de mi brazo.
Esta es la mía, pensé. Con ella estaba tranquilo, no sentía la usual mirada reprobatoria.
-Es raro, puede ser que cruzar esta avenida sea lo único que hagamos juntos –le dije.
Por un par de segundos, la sentí como una ciega-muda. Entonces seguí:
-Ojalá que el hombrecito del semáforo se quede en rojo por siempre, así me da más tiempo para pensar qué decir. Tiene que ser algo perfecto.
-No digas nada entonces –sugirió ella-. Concentrémonos en disfrutar este momento.

Las bocinas de los autos de Santa Fé se turnaban para llenar nuestro silencio, pero yo nunca aprendí a soportar el vacío de las primeras charlas.
-Tengo que admitir que de todas las personas que ayudé a cruzar en mi vida, sos por lejos la más linda –la piropeé.
Ella sonrió apenas, pero no dijo nada.
-Seguro, todas las otras que ayudé a cruzar fueron viejas –seguí-. En eso corrés con ventaja. Pero creo que tu versión de ochenta años seguiría sacando el primer puesto. ¿Sabés la abuela que serías? Matarías mil. Tus nietos se pelearían a los golpes para que los subas a upa.
Logré la primera carcajada y festejé en silencio.

El hombrecito cambió a verde. Tres personas que estaban unos metros más a la izquierda avanzaron por la senda peatonal, pero yo me quedé quieto. Ella no dijo nada. Seguía aferrada a mi brazo, era como si ya fuéramos novios. Estiré el cuello y estudié de cerca las numerosas pecas que decoraban su pequeña nariz. Tenía piel delicada, los labios gruesos, cejas finitas y los ojos celestes aclarados, como si una especie de neblina le cubriera las pupilas.
-¿Qué me mirás? –dijo ella de pronto.

Corrí la cara y clavé la vista al frente. Se había dado cuenta. ¿Cómo? Por suerte todavía no le había estudiado las tetas, ese iba a ser mi siguiente paso.
-Te asustaste, ¿eh?- dijo sonriendo, mientras me sacudía el brazo-. Era un chiste nomás, mirame si querés, no tengo nada que ocultar.
Le hice caso y relaté la recorrida de mis ojos.
-Ahora te estoy mirando las orejas, muy lindas la verdad. Me gustan los lóbulos carnosos como los tuyos, son más comestibles. Simpático tu cuello también. Ni muy largo ni muy corto: ideal. De las piernas y el resto no te digo nada, para eso están los trabajadores de las obras en construcción.
-Nunca está mal que me lo recuerden –aclaró-. Igual yo se perfectamente como soy. Los ciegos podemos ver con las manos: ahora mismo te estoy contemplando el brazo.
Solté una risa cómplice, y me subió el pánico de repente. Ella podía ver con las manos: no tenía que dejar que me toque la cara.

El hombrecito se puso verde de vuelta y no me animé a disimularlo; sería demasiado: los ciegos tienen los otros sentidos agudizados, deben saber cuando cambia el semáforo. Caminamos juntos despacio por la senda peatonal, ella siempre eslabonada a mi brazo. Por un momento sentí que apoyaba la cabeza en mi hombro, pero fue solo mi imaginación. Un deseo.
Llegamos al otro lado de la vereda, nuestra despedida.

-Bueno –le dije-, ha sido un honor ayudarte. El servicio fue gratuito, pero si algún día tenés ganas de retribuirme, podrías ayudarme con mi investigación…
-¿Qué investigación?
-Estoy haciendo un estudio sobre manchas de nacimiento; y me encantaría fotografiar la tuya para sumarla a mi catálogo. La teoría es que las manchas son un símbolo de nuestra esencia.
Ella, sin verme, me miraba con atención.
-Yo tomo en cuenta la forma, la textura, el color y la ubicación de cada mancha y la comparo con la personalidad. Después saco conclusiones -terminé.
-Ah, ¿si? ¿Y qué conclusiones sacaste?
-Por ahora solo analicé la mía –me aclaré la garganta-; es un estudio muy reciente. Pero para contarte mejor tendrías que verla; o tocarla mejor dicho… y acá no va a poder ser. Hay mucha gente. ¿Por qué no nos encontramos más tranquilos otro día e intercambiamos manchas?
Ella se puso seria y apuntó los ojos directo hacia los míos. Fue un silencio eterno de tres segundos que no me animé a quebrar. Ya estaba todo dicho, solo quedaba esperar.
-Está bien –resolvió entonces, sacó la billetera y me dio su tarjeta-. Ahí tenés la dirección de mi casa. Pasate el jueves a eso de las nueve; te invito a comer.
Intenté contenerme para que no se note el golazo que estaba gritando en mi interior. Su tarjeta decía: “Silvia Manera, vidente”.

-¿Sos vidente? -le pregunté sorprendido, mientras releía la tarjeta para asegurarme de que no era un error. Cuando levanté la cabeza, Silvia ya había arrancado con el palo blanco marcando el ritmo de sus pasos. Se dio vuelta y gritó a la pasada:
-A las nueve Martín, no te olvides.

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Tuve que soportar dos días de tregua hasta la cita. No fue fácil. La excitación y ansiedad habitual se mezclaban con una inmensa intriga y algunos miedos. Era el mismo cóctel de sensaciones que sacudían mi mente antes del sexo. Solo que en este caso los miedos eran otros. ¿Qué poderes tiene una vidente? ¿Cómo hizo para adivinar mi nombre? ¿Podrá leerme la mente durante el sexo? Bueno, quizás algún que otro miedo era parecido a los de siempre.

Ese jueves, a las nueve y diez, toqué el timbre de su departamento.
-¿Sos vos Martín? –preguntó Silvia, pegada al otro lado de la puerta.
-Eso parece –respondí-, pero todavía no se cómo descifraste mi nombre.
-¿Querés que te cuente con la puerta de por medio o vas a pasar?
Por un momento tuve la necesidad de escapar. Ella me intimidaba. Era algo nuevo, interesante, peligroso.
-Quiero pasar –resolví, recordando sus numerosos atributos.
-Cerrá los ojos entonces –siguió Silvia, del otro lado de la puerta-. Sé que las primeras impresiones son importantes, pero yo nunca tuve una… al menos visual. Por eso los que quieran entrar a mi casa tienen que cerrar los ojos, no me gusta estar en desventaja.
Ahora sí consideré seriamente la huída cobarde, sin despedidas ni explicaciones. Tenía que entregarme por completo. Jugar a su juego, y de visitante. Era yo el que estaba en desventaja.

Respiré hondo, cerré los ojos y golpeé la puerta. Silvia abrió sin chequear mi ceguera, tomó mi mano y me instó a avanzar. Me dejé llevar sin hacer trampa, escuché la puerta cerrarse detrás de mí y, tomado de su mano, avancé unos metros en silencio. El negro absoluto me generó una extraña calma. Sentí un olor a incienso de vainilla justo antes de detenernos.
Silvia pareció darse media vuelta para enfrentarme.
-Hola Martín –dijo, dándome un dulce beso en la mejilla-. Quedate quieto.
Apoyó sus manos en mi cadera y se arrodilló lentamente. Su cabeza llegó a la altura de mi cinturón. Los pantalones me apretaron. Silvia siguió su descenso hasta el piso, desanudó los cordones y me sacó las zapatillas con delicadeza. Cuando desenrolló mis medias, aterricé los pies descalzos en una cálida alfombra peluda. Pensé en desnudarme ahí mismo, pero las señales no eran del todo claras y preferí no arriesgarme. Tuve el impulso de abrir los ojos para leer mejor las pistas, pero tampoco quería romper la magia.

-Así está mejor, las zapatillas nunca son bienvenidas en mi casa –explicó ella-. Me cuesta horrores limpiar todo la mugre que traen de la calle.
Volvió a agarrar mi mano y la puso sobre lo que parecía ser el respaldo de una silla.
-Ponete cómodo. Ya vuelvo, que se me quema la comida.
Me senté con movimientos toscos, mientras la oía silbando en su rápida huída hacia la cocina. Aproveché que estaba distraída para abrir los ojos: ya había sido suficiente.
Tuve que contenerme para no gritar del susto; la oscuridad seguía siendo total. Había programado cada detalle cuidadosamente para que ni una chispa de luz se entrometa en su diseño de la perfecta noche en tinieblas. Las persianas debían estar bajas, las luces apagadas… el negro era tan profundo que no llegaba a verme las manos. Estaba ciego, como ella. Solo que Silvia tenía años de experiencia. Ella podía cocinar silbando con total tranquilidad, yo apenas si podía moverme; tenía miedo de romper algo, de caerme al piso.
Respiré hondo un par de veces para calmarme. ¿Por qué había apagado las luces? ¿Qué quería enseñarme? Silvia estaba jugando conmigo y yo tenía dos opciones: jugar con ella o exigir que encienda las luces.
Decidí seguirle la corriente; tocar de oído sin hacer comentarios de su estrategia. No era cuestión de abandonar el juego antes de descubrir cual sería el objetivo, o, mejor todavía, como iba a terminar. Quizás tenía una posibilidad de ganar; o podíamos ganar los dos a la vez. Si éramos parejos en una de esas terminábamos empatados, en pareja. De lo que estaba seguro era que, aún si el juego era el cuarto oscuro, todavía no tenía que dejar que me toque la cara.

Silvia regresó a la mesa y pude oír como acomodaba la bandeja y los platos con gran agilidad. Cada cosa en su lugar. La comida olía bien, pero era un olor que no llegué a distinguir, al menos no a primer olfato.
Ella parecía respetar mi silencio. Era como si supiera que necesitaba un tiempo para asimilar la oscuridad, agudizar los otros sentidos, recuperar el habla. ¿Me estaba dando una ventaja para acostumbrarme al juego?
-¿Qué pasa, te comieron la lengua los ratones? –bromeó entonces, quebrándome el changüí-. Pasame el plato que te sirvo.
Tantée la mesa, levanté el plato y lo extendí firme hacia delante. Silvia agarró la otra punta y, apenas rozando mis dedos, vació su misteriosa creación culinaria. Cuando sus dedos dejaron de tocarme mantuve el plato en la misma posición por unos segundos, por miedo a que siga sirviendo y la comida aterrice directo en la mesa, arruinándolo todo.
-El otro día no estabas tan callado, ¿dónde te olvidaste el chamuyo?
-Del otro lado de la puerta –reaccioné para mi sorpresa-. Lo tenía todo programado, ayer estudié la conversación para durar toda la noche, pero de confianzudo no me hice machete y ahora no me acuerdo de nada. Voy a tener que improvisar.
No estoy seguro de si se rió o tuvo una pequeña tos. Era una complicación adivinar sus reacciones, sospechar su sonrisa. Tenía que confiar a ciegas en mi charla.

-¿Y, no me vas a decir nada de la comida?
-Perdoná, está exquisita. En serio.
-Primero probala. En una de esas no tenés que mentir.
-Cierto, a vos no te puedo mentir; olvidé que eras vidente. Ahora la pruebo.
Encontré los cubiertos al costado del plato, acerqué la nariz y analicé el olor en detalle. No había forma de descifrar lo que era con anticipación, tenía que arriesgarme. Revolví la comida con el tenedor. Era como una pasta blanda con pequeños pedazos duros, y parecía estar condimentada con algún tipo de salsa acuosa. ¿Y si eran caracoles? Junte coraje y en un movimiento rápido probé el primer bocado.
-Mmmm –dije, antes de analizar el gusto.
Era un sabor desconocido, algo agridulce. No estaba mal, pero no podía sacarme de la cabeza la horrible idea de que eran caracoles.
-Está muy rico, original. ¿Qué es?
-Es una receta secreta, no te puedo decir. Mi abuela se la enseñó a mi mamá, ella a mí, y yo se la voy a enseñar a mi hija, algún día.

Intenté pensar en otra cosa. Distraerme de los caracoles para vaciar el plato sin decepcionarla. Por suerte había suficiente pan, el vino ayudó y mientras tanto hablamos de su clarividencia. Era un don natural que venía de la familia, explicó Silvia, pero además podía agilizarse con un buen maestro a través de los años.
Aunque trabajaba de eso, no quiso darme muchos detalles de sus “poderes”. Solo me confesó que no tenía bola de cristal ni cartas; dijo que era más bien una cuestión de energía. Me tranquilizó la idea de que si podía adivinar mi nombre, quizás sabía mucho más: mi pasado, mi futuro, mis secretos. Si a pesar de todo me había invitado a su casa, eso podía significar que ya había pasado la prueba.

-¿No me hacés una muestra gratis? –le pregunté-. Un pequeño adelanto de tus sesiones. Lo suficiente para convencer a un no creyente.
-¿Así que no creés en lo que hago Martín? Eso me duele, en serio.
-¿Por qué? Yo soy cajero, y me da lo mismo si no creés en el sistema bancario. Al menos lo que vos hacés es más interesante.
-No es lo mismo, porque si no creés en lo mío, eso significa que yo engaño a la gente, ¿no te parece?
Tomé un trago de vino para ganar tiempo. Estaba metiéndome en terreno pantanoso.
-Es que tampoco creo en Dios, ni en los milagros –seguí-. Aunque me encantaría creer. Estoy buscando a alguien que me contradiga, que me calle la boca con una demostración; pero lamentablemente soy un tipo racional: si no lo veo, no lo creo.
-Yo no veo nada Martín, y por eso mismo creo en todo.
No supe qué decir.

Para cambiar de tema le pedí que sirviera un poco más de vino. Silvia llenó los dos vasos, y cuando quise alcanzar el mío me agarró la muñeca. Extendió mi brazo y con su dedo gordo recorrió con suavidad la palma de mi mano.
-¿Me vas a leer las líneas?
-No puedo leer, soy ciega. Y ya te expliqué que lo que hago es una cuestión de energía. Solo necesito tener contacto con tu piel.
-Si necesitás de otra parte que concentre mejor la energía avisame. Mi cuerpo está a tu entera disposición.
Tampoco esta vez pude adivinarle la sonrisa. Había un clima de tensión en el ambiente, y eso me gustaba. El vino empezaba a surtir efecto. Silvia estaba callada, como concentrada, y seguía masajeando la palma de mi mano. El misterio era excitante, o quizás era el masaje. De cualquier manera mis pantalones parecían encogerse cada vez más.
-¿Me vas a predecir el futuro o te encariñaste con mi mano?
-Shhh –respondió ella.
-Digo, porque te pedí un adelanto nomás. Con que predigas el resto de la noche me alcanza.
-¿Vos le tenés miedo a la oscuridad Martín? –preguntó Silvia de pronto.
-No, si no ya te hubieses dado cuenta.
-Mejor –dijo-, porque siento que estás por pasar por un período oscuro.
-Vas a tener que pasarme la dirección de dónde comparaste el palito blanco.
Ella ya no me intimidaba, me sentía invisible en la oscuridad. Y ya estaba un poco borracho.

Silvia soltó mi mano y se levantó para poner algo de música. Ya más adentrado en la ceguera, los sonidos se tradujeron directamente en imágenes. Mientras ella elogiaba la armonía de la música hindú, yo podía calcular, por la distancia de su voz, la perfecta ubicación de sus largas piernas en cuclillas. También imaginar como el pelo desordenado acariciaba su espalda desnuda. El sonido del botón eject se transformó inmediatamente en un equipo musical no muy moderno, probablemente apoyado en el piso al lado de unos libros. Sus pasos patinando hacia la mesa eran una fotografía de la alfombra peluda.

Cuando volvió a agarrar mi mano para sacarme a bailar ya no tuve miedo de tropezarme; era como si presintiera dónde estaba ubicado cada detalle de la habitación. Pude bailar suelto y desinhibido potenciado por el acogedor escondite que brinda la oscuridad. También por el vino. La música hindú invitaba a hacer movimientos ridículos, poco convencionales, revolucionarios, y con la libertad absoluta del anonimato. Silvia bailaba muy bien. No la veía pero podía sentir su desplazamiento sensual sobre la alfombra, clavando esa dulce neblina directo a mis ojos, como si supiera.
De un salto llegué hasta ella, le di una vuelta con las manos y por primera vez en la noche escuché su mueca de sonrisa. El juego era divertido, estábamos pasándola bien.
La besé. Sus labios me envolvieron mientras ella se aferraba a los pelos de mi nuca, como si poco a poco quisiera apropiarse de mi cuello. Besé un sendero imaginario que partió de su boca, bajó por el cuello, regresó por la mejilla, subió hasta la ceja izquierda y terminó en la oreja.
-Ahora me vas a ayudar con lo que prometiste –le dije con mi mejor voz seductora-, te voy a recorrer toda hasta encontrarte la mancha de nacimiento.
La sesión de besos continuó por unos minutos. Dábamos vueltas lentas abrazados con las campanillas hindúes de fondo. No pude reprimirme y tuve que elogiarle la planificación de la cita perfecta. Un gran juego.
-Me gustó tu idea de apagar las luces. Al menos por una noche pude sentir lo que sentís vos todos los días. No es tan malo ser ciego… si estás bien acompañado.
-Yo no apagué las luces Martín –dijo Silvia-, quizás cuando entraste a mi casa te contagiaste. No es la primera vez que pasa, debe tener algo que ver con la energía que hay en el lugar.
Me reí, la abracé y la besé como imaginé que lo haría Arnaldo André. Después dije lo que pensé que él diría:
-Gracias por contagiarme entonces.

Poco a poco fui llevándola hacia atrás, la apreté contra la pared para lamerle el cuello. Levanté sus brazos, le saqué la remera y mientras me hundía en su escote liberé mi brazo derecho para apoyar en la pared. Mi mano cayó justo en el interruptor de luz.
Lo apreté varias veces para ambos lados, pero las luces no se encendieron.

martes, 11 de noviembre de 2008

EN SUS ZAPATOS

Faltaban dos cuadras para llegar a Cabildo. La vi caminando a paso doble y aceleré para seguirle el rastro. Bamboleaba la cola como si lo viniera practicado desde chiquita, y ese tatuaje -justo donde terminaba la espalda- la ubicaba en una de las máximas más sexuales del hombre cualquiera. Un chica de 18 años capaz de condenarle la vida a un pobre hombre con poco control sobre sus instintos. Diez años atrás, sería una rollinga.

La acompañé esas dos cuadras haciendole marca personal y, sin darme cuenta, descubrí que a esa distancia podía ver el trayecto desde sus ojos. Es un ejercicio interesante caminar detrás de una mujer hermosa para sentir las miradas de los verduleros.

Cada hombre que pasábamos la miraba mordiéndose los labios; y yo, pegado a su andar, sentía las miradas como si fuera ella. Eran miradas fijas, obvias, explícitas y sostenidas en el tiempo sin ningún tipo de tapujos. Miradas que detienen acciones, para no perder concentración; miradas más pesadas que el peor piropo de una obra en construcción.

En ese silencio, decían todo. Por primera vez entendí lo que se siente que te digan te parto al medio sin decirlo. Y me pregunté si mis ojos sutiles del subte se verían de la misma manera. Y si esa sutileza no era sinónimo de cobardía.

jueves, 6 de noviembre de 2008

MI PULPO

Colgué un cartel en el ascensor de mi edificio.
El cartel decía:

RECOMPENSA
Se me cayó de la terraza al estacionamiento y me olvidé de bajar a buscarla.
Si alguien encontró MI PELOTA PULPO por favor devolverla al 1 C.
Yo se que ella también me extraña.
Recompensa: dos inciensos, una revista de cine y dos premios de esos que vienen con las zucaritas.

A la noche el cartel ya no estaba. Me subió la rabia a la cabeza. Quién es capaz de sacar un cartel que no hace mal a nadie, vecinos de mierda.
Mañana lo cuelgo de vuelta y se van a cagar. O les toco timbre uno por uno, eso voy a hacer. Les toco el timbre a ver qué cara ponen.

Entonces llegó mi primo al edificio (él vive en el octavo) y, como de costumbre, cuando estacionó vio luz encendida en mi departamento y me gritó desde el estacionamiento hacia mi balcón abierto:

-Feeerniii (imposible describir la entonación de mi primo Lush en palabras, pero es mucho mejor de lo que están pensando).
-Luuuushh (la mía tampoco es como están pensando).

Y cuando salgo para el balcón para comentarle mi bronca con los vecinos, veo la pelota pulpo en el piso de mi propio living. Estaba en un rincón, calladita y esperando a ser descubierta.

-¿Vos me devolviste la pulpo?
-No, pero está muy bien eso que escribiste.
-¿Vos sacaste el cartel y me tiraste la pulpo desde abajo al balcón?
-Yo no fui, pero por algo te la devolvieron. Con buena onda generaste cierto remordimiento, se ve.
-Fuiste vos.
-Yo no fui.

Y se fue Lush, nomás. El ladrón arrepentido.
Aunque siempre me quedaré con la duda, él se quedó sin los premios.

martes, 4 de noviembre de 2008

NORDELTA

Tres muchachos en un auto yendo a un cumpleaños en Nordelta. Yo era uno de ellos. Viajaba al lado del conductor mientras hablábamos de los colores que uno puede llegar a ver con los ojos cerrados durante la meditación.

-El nirvana es uno de los estados de conciencia posibles a alcanzar. A mí personalmente me encanta el sueño lúcido alfa: ves lo mismo que si estuvieras despierto, pero los colores son más vívidos y podés controlar todo lo que pasa. Y para alcanzarlo no necesitás de peyote o ayahuasca, sólo hay que aprender a meditar respirando de cierta manera -explicaba Pedro.

-Yo conozco gente que jugaba a respirar muy fuerte hasta desmayarse. Nunca los vi hacerlo, pero se que lo hacían borrachos y me los imaginaba a todos aplaudiendo y alentando al que respira sin parar a máxima velocidad apoyando la espalda contra la pared hasta que plok, cae muerto y todos brindan por él.

En eso me suena un mensaje en el teléfono que estaba guardado en el asiento de atrás, en un bolsillo del bolso.

-Che, está sonando el teléfono -me dice Maxi.
-Está bien, después atiendo.
-Uuuhhh... ¡Qué control! Yo apenas suena tengo que atenderlo sí o sí.

Pedro también me dio la mano para felicitarme. Yo defendí la filosofía del celular relajado ("él trabaja para nosotros, no nosotros para él") y me prometí a mí mismo dejar de llevarlo al baño cuando me ducho, para no ser hipócrita.

Llegamos al primer control. Era mi primera vez en Nordelta, y no me gustaba la idea de un grupo de gente que decide vivir apartada para estar segura. Me parecía un símbolo perfecto de a dónde nos estaba llevando la división de clases. El hombrecito de la cabina pidió documentos y que abriéramos el baúl. Por suerte había guardado mi cadáver en el bolso del asiento de atrás.

Nos dejaron pasar, y recién ahí me vine a enterar que el barrio privado era hermano de muchos otros barrios privados que compartían el mismo complejo. Habíamos entrado en una gran ciudad de barrios privados con un lugar común que incluía escuela, hospital, cines, supermercado, shopping y lago artificial. Eso no era lo único que parecía artificial. Después de pasar el segundo control descubrimos las casas cúbicas prefabricadas, una al lado de la otra, con sus respectivas familias felices.

-Acá hay multas para todo. Si vas a más de cuarenta kilómetros por hora, multa. Si la casa que empezaste a construir demora en terminarse más de lo pautado, multa. Si estacionás el auto donde no corresponde, multa. La multa es ley.

La casa era un lujo, la verdad. Techos altos, muebles de diseño, jardín con pileta y vista al hermoso lago artificial con los patitos traídos especialmente desde vaya uno a saber dónde para nadar frente a nuestra paz mental. Se movían en grupo y cada tanto hundían la cabeza en el agua. No parecían artificiales, pero yo tenía mis dudas.

Alrededor del lago nos rodeaban los patios traseros de las demás casas, generando un clima de calma similar al de Truman Show. Justo enfrente nuestro, del otro lado del agua, un cachorro de perro labrador corría por el pasto hacia una nena y volvía a su arenero personal, donde lo esperaba su juguete: un conejo inflable color rosa que nos sonreía a la distancia. Por alguna razón recordé a David Lynch. Era una escena sacada de esas películas dónde la sociedad es tan perfecta que inquieta: todos los niños rubios saludando con una extraña mueca de satisfacción. Algo no estaba bien.

-Yo lo quería a Bianchi, pero ya está. Ahora, si yo fuera Maradona lo que hago es llamarlo por teléfono al gordo Fabbiani y le digo: "si te ponés bien, te llamo". Eso haría -me decía más tarde Nico, el hermano de Lucho.

El asado fue de sándwiches. A la tarde el sol pegaba tan fuerte que parecía derretirte la cara, pero el agua de la pileta estaba helada y antes de meterte la duda era eterna. Te acercabas al borde y mirabas el agua un rato largo. La gente arengaba, dale cagón y amagaban a salpicarte, pero ellos tenían el mismo problema. Finalmente juntabas valor y chapuzón. Te decías que no era para tanto, salías refrescado y una hora más tarde de vuelta en el borde mirando el agua un rato largo.

Empezó a sonar el timbre bastante seguido. Me acerqué por curiosidad y los vi. Era la nueva ola de niños disfrazados de Halloween, extendiendo sus calabazas de plástico para recibir golosinas. Hermosas rubias en miniatura vestidas de bruja y hada madrina, nenes de cachetes colorados con traje de esqueleto. Tocaban el timbre y mostraban su calabaza hambrienta de bon o bons. Les faltaba decir algo: si vamos a importar esta festividad alguien tiene que ocuparse de traducir el trick or treat, o lo que sea que digan los yanquis. Salí a ver cómo tocaban timbres y vi la calle sin tránsito, las casas cúbicas de diversos colores a ambos lados, los padres como chaperones de sus criaturas disfrazadas y pensé que Halloween no fue lo único que importaron. La bolsa se caía a pedazos, tenías la crisis mundial y toda la alarma que puedas imprimir en tu diario, pero todo iba a permanecer exactamente igual. Miré al cielo y me pareció ver el reflejo del sol rebotando contra la burbuja. De pronto sentí lástima de esta nueva generación que iba a crecer sin ver el mundo real.

jueves, 30 de octubre de 2008

REJUNTE

El kanikama es la salchicha de mar.
(Uno nunca sabe de qué están hechas).

martes, 28 de octubre de 2008

SIN SALIDA

Llegué justo cuando estaba terminando de contar.

-Y entonces dejó de llorar de pronto y me dijo que quiere que nos compremos una mascota…
-¿Cual?
-Mi novia. Y ahora estoy presionado, no me queda otra que decirle que sí.
-No, cual mascota. Porque si le da lo mismo comprale un hamster o un conejo, que se mueren rápido. Son menos compromiso.
-No le viste la mirada. La cuestión es a gato o perro.
-Estás jodido.

jueves, 23 de octubre de 2008

TODO DICHO

FAST FOOD NATION
Género cine hecho desde la impotencia.
En síntesis lo que vale es la intención.
Ideal para cualquiera que no trabaje para las cadenas de comida rápida.
Puntaje cinco firulos.

Fast food nation (2006) se anunció muchas veces, pero su estreno siempre se postergaba. Uno se preguntaba por qué, teniendo en cuenta la calidad de nombres en el reparto y la solidez de un director como Richard Linklater. Y la respuesta quizás está en que el film no es tan bueno como parece. Más cerca de una postura política que de una película, esta crítica abierta al capitalismo y las cadenas de comida rápida propone una historia coral y moralista al estilo de Vidas cruzadas y Babel, pero más directa y sin tanta pretensión artística.

En un principio la trama sigue a Don Anderson (Greg Kinnear), el director de Marketing de Mickey's en su viaje a un pequeño pueblo de Colorado para investigar el proceso de producción de The Big One, la hamburguesa estrella, que al parecer incluye un poco más de materia fecal de lo deseado en su contenido. Pero su historia, como las demás, sólo son elementos al servicio de un manifiesto en contra de un sistema de grandes corporaciones que se aprovechan de trabajadores mexicanos ilegales para vender un producto deliciosamente asqueroso. Esos diálogos filosóficos que son el jugo de SubUrbia, Tape, Antes del amanecer y otras joyitas de Linklater, pierden potencia al ser tan explícitos. No hay misterio ni sugerencia; lo que se predica es tan literal como decir que la comida chatarra es una mierda. Y la larga lista de celebridades –Bruce Willis, Ethan Hawke, Kris Kristofferson, Patricia Arquette y Avril Lavigne, entre otros- más que personajes son vehículos de un discurso que se tiene que enunciar desde diferentes puntos de vista.

Entre lo rescatable se encuentra la banda sonora y la metáfora de las vacas que se rehúsan a salir de la tranquera cuando son liberadas por un grupo anticapitalista. Y por supuesto el hecho de que lo que se dice es cierto y debe ser dicho, aunque quizás sea más efectivo desde el documental. Eso sí, nadie le quita el gusto a Richard de habernos asqueado con toda la sangre y los intestinos de las vacas de un matadero. El pequeño alegato de un vegetariano confeso.

miércoles, 22 de octubre de 2008

MOROCHOS

¿Alguna vez te atendió un rubio en Persicco?
Parece que para que sus empleados sean la fiel imagen del argentino más gauchito, los dueños decidieron ser racistas al revés.

martes, 21 de octubre de 2008

ALGO PASO ENTRE NOSOTROS

Era mi primer clase de cine y estaba llegando tarde. Atravesé el pabellón sorprendido al enterarme que los colegios primarios tienen una doble vida: se convierten en centros culturales cuando cae el sol. Despacito, abrí la puerta del aula, incliné la cabeza frente al profesor como pidiendo disculpas y seguí derecho a buscarme un lugar entre las gradas. Eran unas gradas de madera, bien largas y con cinco escalones para sentarse. Encontré mi lugar en el cuarto escalón, dejé a un lado el morral y recién ahí me tranquilicé.

El profesor estaba parado allá abajo, hablando de algún plano secuencia delante de un pizarrón verde. Era un pibe joven que me cayó simpático. Claro que lo que más me intrigaba eran mis nuevos compañeritos. Siendo mi primera vez en un centro cultural, era un misterio saber si me encontraba rodeado de jóvenes hippies, yuppies arrepentidos o viejos buscando una manera de matar el tiempo antes de que el tiempo los matara a ellos. De eso dependía una pequeña, pero importante, parte del interés del curso: minitas.

Miré hacia mi derecha para estudiar el panorama y me topé con dos ojos clavados en los míos. Venían de allá al fondo y me obligaron a desviar la mirada inmediatamente. En ese segundo llegué a ver una sonrisa y unos cuántos rulos, pero ahora sólo podía ver al profesor diciendo algo del plano americano. Si mi piel fuera otra, tendría los cachetes enrojecidos. Me alegré de no ser tan evdiente.

Entonces el profesor agarró una tiza y escribió en el pizarrón: ALGO PASO ENTRE NOSOTROS. Dijo que había una cámara a disposición y que teníamos que dividirnos en dos grupos y salir a filmar por turnos un corto sin editar con ese título.
-En sus marcas, listos, ya!

Me tocó en el grupo de ella, claro. Ella, yo y otros cuatro muchachos.
-Ya sé -dijo uno-, un tipo está sentado en este piano tocando, no? Pero entonces viene alguien de atrás y lo empieza a ahorcar, y mientras él se ahoga sigue tocando cada vez más fuerte, no? Porque en realidad el que lo ahorca es él mismo, porque el tipo es esquizofrénico, entendés? Y mientras le cae sangre por el cuello se mojan las teclas del piano de rojo y el asesino se ve en el espejo y se da cuenta que es él mismo...
-Bueno bueno, pero cómo hacemos para filmar eso? -dije yo-. No tenemos sangre y cómo mostramos que él es el mismo. Es medio complicado, no te parece?
-Hagan lo que quieran -se enojó. Tenía unos borcegos grandotes, el ceño fruncido y un tic nervioso en el ojo izquierdo. Se corrió a un lado, frustrado, y encendió un cigarrillo. Mi parte esquizofrénica me dijo a mí mismo que me callara la boca.

Hubo otras ideas, pero ninguna convencía. El otro grupo ya estaba filmando y pronto nos traerían la cámara para que en diez minutos resolviésemos el asunto. Algo había que hacer. Por eso largué todo sin pensarlo:
-Y si hacemos esto? Un chico sentado en las gradas mientras el profesor da clases. El chico mira a la derecha para ver a una chica y descubre que ella ya lo estaba mirando desde antes. El chico, cagón, no puede sostener la mirada y se va al mazo: Algo pasó entre nosotros.

Por supuesto que todos coincidieron en que era fácil de hacer y que ella debía hacer de ella (era la única chica) y yo de yo (era el de la idea).
Plano 1: yo sentado mirando al frente, de pronto miro hacia la derecha.
Plano 2: ella mirandome fijo a los ojos.
Plano 3: el gil pone cara de sorprendido y corre la vista hacia el piso.
Listo el pollo. Tasa a tasa cada uno a su casa.

Pasaron seis meses hasta que hablé del tema con ella en el encuentro de fin del curso. En todo ese tiempo no intercambiamos más que un par de palabras.
Claro que se acordaba, cómo no se iba a acordar. Y por supuesto que se había dado cuenta; fue muy evidente. Esa noche encontré la manera de invitarla a salir, porque siempre pensé que la historia que debía contarles a mis nietos sobre cómo conocí a la mujer de mi vida tenía que ser parecida a esta.

Fuimos a una plaza de barrio norte a tomar un helado en un día de verano. Hablábamos de cine, la pasábamos bien, hasta que en un momento se largó una leve llovizna. Nos sorprendió, porque el día era perfecto, y nos dimos cuenta de que fuera de la plaza no llovía. Era una nube pasajera que estaba justo arriba nuestro, como si fuéramos ese dibujo animado del personaje pesimista al que lo sigue una nube que le llueve sólo a él porque todo le sale mal. Yo lo tomé como una señal: las cosas estaban saliendo muy bien. Era el momento de la película en que él aprovecha y le da el primer beso. Entonces le dije:
-Es el momento de la película en que la pareja perfecta se da el primer beso.
Y acerqué la cabeza.

Pero no siempre la vida es como en las películas.

Y sin embargo no puedo evitar seguir con la esperanza de que la mía sí lo sea. Por eso estoy atento a las señales, y cuando tropiezo con una buena historia, presto atención. No sea cosa de perderme a la mujer de mi vida.

viernes, 17 de octubre de 2008

ENTRE NOSOTROS

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(yo tampoco soy normal)
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miércoles, 15 de octubre de 2008

NO CONFIO

En depositar cheques por cajero automático.
En programar algo para grabar.
En las cadenas de mail.
En el indec.
En la gente de traje que se ve demasiado segura de sí misma.
En los políticos con bigote.
En los bigotes cuadrados.
En los políticos sin bigotes.
En los cuidacoches.
En las drogas en pastilla.
En los perros con bozal.
En los Rotweillers sin bozal.
En Sprayette.
En el desafío de la blancura.
En mi hermana, cuando dice que llega a cierta hora.
En mi hermano, cuando dice cualquier cosa.
En las compañías telefónicas.
En la gente que no te mira a los ojos.
En las secuelas, precuelas y trilogías.
En las compras por tarjeta de crédito por internet.
En mí, cuando estoy en uno de esos días.

jueves, 9 de octubre de 2008

FONEMA

Acabala con la labia embalada, Bárbara, que disparás palabras disparatadas como balas blandas que no me alcanzan ni se enlazan. Bailan tus palabras vanas, bailan La Bamba o La Lambada, se balancean por tu garganta, empapadas en baba y resbalan amalgamadas sin ganas, como si nada.

Acabala, Bárbara, ¿vas a balbucear hasta el alba? Ensamblás palabras limadas, no vacilás con la bobada, te abalanzás con gansadas... Sos brava Bárbara, ¿no medís nada en la balanza?

Acabala, ¿querés?, o te voy a dar una biaba. Volvé al bla bla bla, seguí hilvanando pavadas y te voy a embalar embalsamada para mandarte en balsa hasta las Bahamas. Ni Balá ni Badalá, ni siquiera Sai Baba te va a salvar de las veladas malvadas que te aguardan si no bajás la marcha.

Acabala, Bárbara, no seas mala. Mañana llorarás, ya no bailarás mi bals, te librarás de mi balada. ¿Y si acatara las palabras de mamá y las hermanas? Anclala, me reclaman las santas, ¡olvidala que está endiablada! Mañana quedarás aislada, anonadada; mañana serás la villana si no te callas.

Acabala, Bárbara, no hagas más macanas.

sábado, 4 de octubre de 2008

EL TIRO POR LA CULATA

Se apagó el sonido después de la primera gran canción de Dave Mathews Band en el Pepsi Music.
...
Un minuto, dos minutos.
...
El batero le sigue dando como nunca, pero no se escucha. La muchedumbre se impacienta.
...
Cinco minutos, seis minutos.
...
Surge un canto general: "¡Co-ca Co-la, Co-ca Co-la!... ¡Co-ca Co-la, Co-ca Co-la!, Co...". Y así.

viernes, 3 de octubre de 2008

LIMITES DEL MARKETING POLITICO

Es sabido que los políticos pagan a expertos para diferenciarse de los demás a través del cuidado de su imagen, sus slogans y discursos. La pregunta es desde cuándo. Y cuál es el límite.
¿El bigote de Hitler fue programado? ¿O era un capricho del Führer?
¿Y el bigotón de Stalin? Quizás la mano escondida de Napoleón era para mantener a la gente intrigada. ¿Fidel tuvo que contenerse las ganas de afeitarse durante décadas?
¿Y las patillas de Menem? ¿Por qué se las recortó después de ganarse el voto del pueblo? ¿En la reuniones internacionales con gente importante no le convenía mostrarse como un personaje del Planeta de los Simios? Sospe..

miércoles, 1 de octubre de 2008

LO MAS CERCA

Ella y yo. Ella y yo acostados en un colchón finito tirado en el piso de una habitación. El colchón es de una plaza; la habitación no tiene ventanas, es del tamaño de un pequeño depósito y está rodeada de polvo, alguna que otra garrafa y bolsos tirados en el piso.
Ella y yo. A las seis de la mañana.

Afuera está Ibiza, nada menos. Pero estamos adentro. Ella vino a visitar, yo la saqué a pasear. Somos amigos, está claro? Amigos y nada más que amigos. Los dos pensamos lo mismo.

Ya pasó la paranoia de su primera pastilla; la saqué del boliche y caminamos y caminamos. Le susurré tranquilidad al oído hasta dejarla sonriendo y mirando, mirando a todos lados, con la botellita en la mano y el agua chorreándole de la boca cada tanto. Ahora estamos en el colchón, apretados por comodidad.
Ella y yo.
Yo tengo sueño: mañana hay que trabajar.

-No te duermas che -me mueve el hombro.
Yo boca abajo, ojos cerrados, chito la boca.
-¿Me drogás y te dormís? No me podés dejar así.
-Mmnhm, mmmgrr, mmm -gruñido gutural, estilo Marge Simpson.
-Dalee, hablemos un rato. Vamos, vam!, arriba, arriba -intenta levantarme, pero peso muerto, muertísimo, y fracasa-. ¡Despertate!
-Si me despierto te cojo
Boca abajo, sin abrir los ojos, tono jocoso.
-Ay boludo!
-Te cojo o no te cojo?
-No seas forro.
Músculos dormidos, tranquilidad absoluta. Paz.
-Te cojo.
-Dale, taradito.
-Entonces dejame dormir.

Me dejó nomás. Y para los Harrys del mundo quedó demostrado que efectivamente existe la amistad entre el hombre y la mujer.
Eso es lo más cerca que estuvimos de perderla.
Y no fue para tanto.

viernes, 26 de septiembre de 2008

LLEGO TARDE

Ayer me dijeron una cosa que me hizo sentir un poco lento:
-¿Vos sabías que el logo de Carrefour es una C?
-No jodas. Si es un flecha roja con un cosito azul atrás.
Lo googleamos y tenía razón nomás. Nunca antes lo había visto, y ahora no podía dejar de verlo.

Me quedé pensando en todas aquellas otras veces que llegué tarde, y me acordé de unas pocas:

-El año pasado perdí una apuesta por creer que la expresión me taré la había inventado mi hermana en ese mismo momento.

-En muchas canciones asumía durante años que la letra era otra:
En No tan distintos de Sumo dice Waiting for 1989 (yo pensaba que decía 18 4 19 89 en inglés y que era una secuencia de números secreta con una significancia que desconocía).
En Loser de Beck, el estribillo dice Soy un perdedor (yo escuchaba So open the door).
Todavía no se lo que dice el himno argentino después de desde el trono a la noble igualdad y antes de las provincias unidas del sur.

-La primera vez que viajé en subte solo, era de noche y me lo tomé para el lado equivocado. Para volver no sabía como cruzar al otro andén, y vi una escalerita al fondo del pasillo que era para bajar a las vías. Me acerqué y noté que bajando las escaleras (era una escalera vertical, no en diagonal con escalones) había un caminito que cruzaba las vías y del otro lado aparecía otra escalera para subir. Bajé, miré para los dos lados, apuré el paso porque venía un subte y crucé. Cuando trepé al otro andén, un empleado me explicó que ese pasaje es para los técnicos que trabajan ahí y que yo, aparentemente estaba loco de la cabeza.

El premio se la lleva una neuquina de diecisiete años que conocimos en la playa hace mucho tiempo. Cuando se enteró que éramos judíos se rió y quiso sacarse la duda:
-¿A ustedes de chiquitos le cortan la mitad del pito, no?

miércoles, 24 de septiembre de 2008

VOYEUR

Los presentan sin gran alharaca y enseguida los guían hasta el cuarto.

Ella está lista. Tiene ganas pero no lo sabe (o no lo quiere demostrar), se hace la distraída, sonríe.. por lo menos se muestra contenta. Como diría Francella: es una nena.
Él está desprevenido. No se esperaba esto, fue todo tan de repente... Claro que la situación, aunque lo descoloca, lo entusiasma. Es un macho con todas las letras; pero un macho inexperto (a pesar de la edad, es su primera vez).

De a poco se acerca; va viendo de qué trata el asunto. Da un par de vueltas, como un galán bien tanguero, y tímidamente encaja los primeros besos subidos de tono. Con lengua.
Ella se deja hacer.

Ya casi desenfrenado, no se puede contener. Es como si la mente se le nublara, entonces no duda un segundo y actúa: la agarra por atrás e intenta atravesarla. Así, sin advertencias.
No lo consigue.

Ella no toma provecho de su fracaso para denostarlo. Sigue preparada, como la primera vez, esperando su turno. Se nota que es muy gauchita, todavía logra mantener cierta inocencia y hasta parece distraída (una gran actriz, se ve) a pesar de que ya está todo dicho.
Él no pierde la esperanza. En el intento fallido no lo había esquivado: es una buena señal. Lo intenta nuevamente. ¡Bingo!

Le duele. No había imaginado que le iba a doler. ¿Por qué le duele? Ya se arrepintió, no quiere saber nada con que siga esta tortura, pero él no la deja ir, la tiene agarrada desde atrás con toda su fuerza, hace oídos sordos a los gritos y empuja y empuja y empuja. Es su momento y quiere demostrarlo. Ya es muy tarde para detenerse.

Ella se retuerce, piensa en desprenderse pero no sabe cómo. Grita, llora, quiere lastimarlo, morderlo. Está histérica, in-con-tro-la-ble.
Ahí es que aparece su tía para tranquilizarla.
-No te muevas Cande, que es peor. Ya está, ya falta poco –le dice mientras le acaricia el cuello. Ella logra cierto control mental. Enseguida lo pierde y vuelve a retorcerse.
-¡Candela! ¡Tranquilizate querés! Ya se que te duele, pero es un momento nomás, hay que aguantarse che.

Yo miro todo desde un costado, en silencio. Es la primera vez que presencio sexo enfrente de una desconocida. Parece una piba macanuda; dice que si Candela estuviese más pancha podría cebarse unos mates. Salta a la luz que la piba tiene experiencia en esto. Es como una Madama o Roberto Galán.

Ahora él se cansó un poco, decide desmontarla pero igual quedan pegados. Cola con cola, con el pene doblado a 360. Toman aire: inhalan, exhalan, inhalan… ya casi casi está. Entonces se desabotonan (ese es el término, según la piba) y todo acabó . ¡Un brindis por la feliz pareja!

Voy a tener un cachorrito de boxer que ni te cuento.

jueves, 18 de septiembre de 2008

ESPEJO VENCIDO

Un fin de semana salí a caminar por San Telmo para practicar mi inglés. Recorrí estrechas calles empedradas y hablé del weather, de Bush y de la special vibration de Buenos Aires con algunos turistas obvios y otros más camuflados. Finalmente desemboqué en el Mercado de San Telmo, y entre viejas pelotas de cuero de la década del treinta, distinguidos bastones de millonarios extintos y preciosos juguetes de niños de ochenta años, terminé comprándome un espejo antiguo de cuerpo entero con un grueso marco dorado que me hizo sentir importante.

El vendedor era un anciano de metro cincuenta y monedas. Tenía ojos celestes, casi blancos, boina escocesa y un abrigo largo y grueso que parecía ser de la Segunda Guerra. Llevaba los guantes cortados y la sonrisa de costado. Era una mueca extraña, algo burlona.

El viejo me aseguró que el espejo andaba joya, nunca taxi, pero al parecer estaba vencido, porque se fue estropeando con el tiempo. Es decir, atrasaba bastante, y por más que lo daba vuelta y vuelta nunca estaba en hora.

Primero me vi con el bigote del mes pasado (una prueba horrorosa que duró un par de días). Después, de traje y cabello corto engominado en la época de mi primer trabajo de oficina. Y cuánto más tiempo pasaba, más atrasaba.

Las mujeres que visitaban mi departamento descubrían versiones mías que nunca pretendí mostrar en las primeras citas, y algunos amigos insistían en tocarme el timbre con pochoclos para ver viejos capítulos de mi vida en el espejo. Cruzar por el comedor y verme de reojo era abrir un álbum de fotografías gastadas: mi corte rollinga de quinto año, la etapa hippie de comienzos de secundaria, los agujeros en las rodillas en los joggings de cuarto grado. Para colmo mi madre se entusiasmó y decidió pasar a saludarme más seguido, chocha por poder hacer comparaciones odiosas con mi otro yo.
-Que desordenado que tenés el pelo, Javier. ¿Ahora resulta que es moderno ser sucio? ¿Por qué no te peinás con la raya al medio, como cuando eras chico, que te quedaba tan prolijo?

Tuve que acostumbrarme a vivir rodeado de pasado, hasta que uno de esos domingos lluviosos de minutos lentos me harté de tanta melancolía y en un impulso agarré el espejo por los marcos dorados y lo rompí contra el piso.

Enseguida me arrepentí. Uno nunca sabe cómo puede reaccionar un espejo vencido.

Y cuando fui a juntar los pedazos me di cuenta de que había invertido el proceso. Ahora las partes desparramadas por el piso adelantaban. En un instante vi en diferentes fragmentos un futuro calamitoso, de siete años de mala suerte.

En un pedazo observé como arruinaba mi amistad de años por un beso que no llegaba a destino; en otro sufría en la cancha con la visión continuada de varias goleadas de Boca en el superclásico. Vi como estropeaba el auto de mi padre contra un poste de luz, horas y horas de tráfico inmóvil, tropezones torpes, redadas policiales por posesión de marihuana.

La sobredosis de imágenes llenas de enfermedad, soledad y depresión fue demasiado. Arrodillado, agarré un triángulo filoso que profetizaba cinco horas atrapado en un subte repleto y averiado, y me corté las venas.

Con la sangre de la muñeca trazando ríos en mi brazo llegué a verme en otro fragmento que dormía cerca de mi cara y, por una vez, lo vi en punto.

El espejo vencido estaba en presente, y marcaba mi hora.

viernes, 12 de septiembre de 2008

PIJAMA PARTY

Juanchis (él dice que nunca le digo Juanchis, pero así lo tengo agendado en mi celular y esto lo corrobora) ya puso la firma. Dentro de poco va a tener a disposición una casa de tres pisos para hacer su movida. La posibilidad de tener un lugar propio para organizar actividades sociales me disparó la imaginación:
-Ya volvieron los lentos, ahora hagamos que vuelva el pijama party. Convocamos a gente confiable, ponemos música, hacemos juegos de asalto y terminamos hablando entre todos tres horas con las luces apagadas. Ese momento es genial: cuando estás en una carpa con amigos o en la casa de uno y está todo listo para dormir pero te quedás hablando y hablando.
-Dale hagamoslo pero mixto, con mujeres.
-Seguro. Creo que la primera vez que dormí junto a una chica de mi edad que no fuera mi prima o mi hermana fue en un pijama party.
-El problema es que yo no duermo con pijama.
-¿Qué tipo de calzoncillo usas?
-¿Cual te gusta?
-Así más que volver al pijama party vamos a instalar la orgía.
-¿Y no era esa la idea? Pasa que de chicos todavía no nos dabamos cuenta. Pero queríamos eso.

martes, 9 de septiembre de 2008

JACINTA

A la locura hay que sacarla a pasear, con orgullo.
Si a la gente le gusta qué lindo, y si no la entienden, cosa de ellos.

La locura no se juzga: está ahí, fuera de uno. Es importante hacerse cargo de ella, y no abandonarla cual bebé en canasto antes del ring raje. A la locura hay que hacerle upa, darle una pancarta para que agite, levantarla al cuellito y llevarla como un nene por la playa para que todos puedan admirarla.

Después, cuando la vean solita dando vueltas , los demás van a aplaudirla sin saber de quién es, hasta que vos aparezcas, la vuelvas a buscar y la retes enfrente de todos diciendole que nunca más se le ocurra escaparse; pero sabiendo que a la noche le vas a dejar la puerta abierta a propósito.

Como esta locura que encontré. Estaba en mi cabeza, pero creo que es tuya. Yo dejé la puerta abierta para que salga la mía (una teoría conspirativa sobre el Deja Vu); y mientras estaba esperando que vuelva, entró esta que es distinta, que tiene otro nombre y se llama JACINTA.

Este post es un aplauso entonces, para esta linda locura que se perdió en mi cabeza. Ojalá se reencuentre con su legítimo propietario. Quizás él es el que tiene mi Deja Vu; y cuando aparezca le invitaré un cigarrillo chistoso para compartir nuestra locura.

Y usted también, ya que estamos. No tenga miedo, traiga sus locuras que será bienvenido. Yo a ellas siempre les dejo la puerta abierta. Para que entren y para que salgan.

lunes, 8 de septiembre de 2008

CARA Y SECA

Cara: Hay muchos jovenes que están perdidos en las drogas.
Seca: Hay otros que, con las drogas, se encuentran a sí mismos.
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¿Me das una seca?

sábado, 6 de septiembre de 2008

MANCHA

Iba sentado en los asientos del fondo del 152. Un hombre de gorra me daba la espalda. Estaba de pie, agarrado al pasamano y dejaba pasar a la gente que bajaba tocándoles levemente la espalda. A su lado esperaba un viejo que tenía un tick en los labios. Parecía ser su padre.
-¡O bajas o te quedas arriba, pero a mí no me tocás! –le dijo claramente una señora con cara de enojada, justo antes de bajar.

Recién ahí salí de mi trance (todo esto lo observaba en fuera de foco, mientras pensaba en los ravioles que me esperaban casa), y presté atención. ¿Por qué el grito? ¿Era para tanto? Quería indagar en la cara del hombre de gorra para ver si encontraba rastros perversos en sus ojos, pero sólo veía su nuca. Acerqué mi nariz a su espalda y lo olfateé sutilmente buscando olor a depravado. No sentí nada. Me di cuenta que no podría reconocer el olor a depravado si lo sintiera, porque nunca conocí a ninguno (hay amigos que prometen, pero todavía no califican). Quizás huelen a nada.

La siguiente parada era la mía. No sabía si el hombre de gorra me iba a rozar la espalda, y si eso significaría contagiarme o sentir algo semejante a una violación. Esperé pacientemente hasta que el colectivo se detuvo, y sorpresivamente lo ví bajar primero, ayudando al viejo a descender con él.

Apenas llegó a la vereda se abalanzó sobre una mujer que pasaba, tocándola en el hombro. La señora se dio vuelta sobresaltada y el hombre de gorra pidió disculpas. Debió haberla confundido con su tía, o algo parecido. Llegué a verle a cara: el tipo era pariente cercano de Carlos Belloso en alguno de sus personajes oscuros. Pasaron a su lado tres mujeres y él las tocó con su dedo índice sin que se dieran cuenta. Fue casi imperceptible. Pensé que se había quedado con bronca por no haber podido tocar a la mujer del colectivo, y ahora se estaba desquitando en grande.

Mi sorpresa creció mientras caminaba detrás suyo, observándolo. El hombre de gorra avanzaba aferrado a su viejo, y no se privaba de tocar a todas las mujeres que caminaban a su alrededor. Era como un juego macabro. Las rozaba con el dedo en el hombro, la espalda, la mano. Ellas se daban vuelta, lo miraban raro y él pedía perdón.
En una ocasión reaccionó tarde, sus reflejos fallaron y para no perdérsela puso el piecito porque la guacha se le escapaba. La hizo trastabillar, casi caerse.
-¿Qué hacés? ¿Estás loco?
El hombre de gorra bajó la cabeza y puso cara de disculpas.

Llegué a la esquina dónde tenía que cruzar, y lo vi alejarse de a poco. El viejo caminaba a su lado, despacio. Me imaginé un batallón de mujeres corriendo a los gritos hacia él. Me lo imaginé esperándolas en el medio del patio del colegio, brazos y ojos abiertos, con esa expresión tan Carlos Belloso. El hombre de gorra evitando que lo eludieran al pasar. Como si estuvieran jugando a la mancha: ellas corriendo, él corriéndo detrás, hasta tocarlas, correrse, y dejarlas manchadas.

jueves, 4 de septiembre de 2008

ALGO NUEVO*

Género Roy Andersson.
En síntesis Película de culto para descubrir a un autor distinto, y explorarlo a fondo en tu videoclub amigo (si todavía no lo perdiste).
Ideal para Cinéfilos melancólicos y exitencialistas con gusto por el humor absurdo.
Puntaje Nueve firulines!

Un pesimista diría que todo está hecho. Que no queda prácticamente nada por inventar. ¿Hay alguna manera de diferenciarse? No hay esperanza -diría él-, tenemos que conformarnos con soñar que algún día, con suerte, imaginaremos una idea brillante del tamaño de un dedo meñique y podremos disfrutarla por sus quince segundos de trascendencia.

Sin embargo, cada tanto aparece alguien con una propuesta realmente nueva. Y en un mismo momento nos renueva la fe, genera admiración y una inmensa envidia. También nos fastidia: una cosa menos por inventar, pucha digo. Algo de eso tiene el director sueco Roy Andersson.

Todos aquellos cinéfilos con paciencia que quieran sorprenderse, que gusten del surrealismo cotidiano y del humor no tradicional deberían apurarse a comprar su entrada para ver La Comedia de la Vida, una película distinta que se acaba de estrenar y sin dudas durará muy poco en cartelera. Con unos cincuenta cortos tragicómicos entrelazados, Anderrson nos hace reír y pensar sobre la incomunicación, el comportamiento humano y nuestra forma de transitar el mundo. Sonrisas melancólicas de culto.

*Aclaración importante: la calificación anterior (cinco firulines) era un error, porque la amnesia me hizo creer que iba de 1 a 5 la calificación cuando en realidad era de 1 a 10, siendo 1 algo así como Mi papá es un ídolo y 10 una cosa más Lista de Schindler o Quieres ser John Malkovich.

domingo, 31 de agosto de 2008

MAGIA MODERNA

Un cumpleaños de treinta es un excelente momento para la regresión. Por eso todos festejamos la ocurrencia de Marius de festejarlo con piñata, globos y un mago. Pero no un mago-show con chistes baratos y aires de payaso: un mago-mago.

Teníamos tantas ganas de verlo que empezó a correr el falso rumor:
-Ya llegó el mago, ya llegó el mago…
-¿Dónde?
-Es uno de nosotros, pero no sabemos quién. Hay que fijarse, debe ser el que nadie conoce.
Eran mentiras. Una forma de matar la ansiedad, que nos estaba matando.
De pronto alguien abrió la puerta y entró un hombre mayor, de traje y corbata, con un maletín negro.
-Es el mago o el visitador médico?
-No, es el del 6 B que vino a decir que apaguemos la música o llama a la policía.
Era el mago nomás. Se preparó, y pidió que encendiéramos la mayor cantidad de luces.
-Para que se vea que no hay truco, no?
Me miró con confianza. El tipo prometía.

Los primeros trucos no estaban mal –uno de cartas, el de las tres monedas, dónde está el huevito?-, pero se esperaba más. La primera gran sorpresa fue con el de la agenda. Nos mostró un sobre cerrado dónde supuestamente guardaba una carta, y una agenda que en cada día del año tenía anotada una carta distinta.
Hizo pasar a un chico y una chica: ella tenía que pensar un mes; él, un día.
-Ya pensaste el mes?
-Sí, pensé.
-No lo digas, estás segura de que no querés cambiar? Yo siempre pregunto esto para demostrar que me da lo mismo el mes que elijas. Podés cambiar si queres, querés cambiar?
-No, está bien.
-Y vos ya elegiste el número?
-Sí, pero lo cambié.
-Querés cambiarlo de vuelta?
-Bueno, dale… ya está.
-Te quedás con ese o querés cambiarlo?
-Cambio una vez más… la última.
El día era el 26 de noviembre. En la agenda estaba escrito ese día el seis de diamantes. En el sobre cerrado estaba el seis de diamantes. Ovación.

En cada truco el mago hacía pasar a algún invitado, y les hacía preguntas para desorientarlos. Yo estaba sentado bien al frente con una remera roja radiante, intentando esconderme para que no me señale. Finalmente me señaló, pero por suerte no me hizo pasar vergüenza frente a todos. Me dio un papelito y un mini sobre donde tenía que anotar dos o tres palabras para que él las descubriera telepáticamente.
-Dale, no te va a tomar mucho trabajo. Se que no estás acostumbrado a trabajar.
-Tanto se nota? Voy a tener que afeitarme.
-No serviría de nada, es la telepatía.
Otros cuatro tenían el mismo trabajo; en total había cinco sobrecitos.

Los recibió de vuelta, y moviéndolos de acá para allá dijo que no los iba a abrir, que los iba a adivinar cerrados. Una chica pasó para demostrar que no se veía nada a contraluz.
El mago fingió concentración y sacó el primero: "fideos con tuco". Una papa. También sacó el segundo, de una chica del fondo: "Tal para cual".
-Quién escribió el canguro?
Levanté la mano.
-Este canguro... está triste? No, esperá, dame un poco más de tiempo.
-Ajá, no soy tan fácil. Es que pienso en cualquier cosa para distraerte: caballos, hamburguesas, morrones asados… además mi mente es impenetrable.
-Canguro infeliz!
-Se me escapó. Maldito.
(Más tarde banshi me comentó que le daba mucha lástima la imagen del canguro infeliz. Yo no sabía por qué había escrito eso, pero era incoherente: los canguros saltan, el salto es una expresión de alegría -recordar a Silvio soldán-, no deben existir canguros infelices. Por eso lo desolador de la imagen).

Después el mago adivinó el de la cumpleañera ("paragüas paragüas", interesante estrategia para despistarlo), pero el último al parecer no le salía. Pidió pistas, dijo que empezaba con una x (y no era así), pensó, se frustó, pidió disculpas y admitió que no lo pudo sacar.

Algunos pensaron que el hecho de que no le saliera, de que pudiera fallar, como diría Tu Sam, lo hacía todavía más creíble. La excepción que confirma la regla, digamos. Es una frase que nunca entendí: si hay una excepción, no hay regla, no jodamos.
Otros estaban convencidos de haber descubierto el truco. Todos hablábamos de eso cuando recuperamos nuestras cervezas. Que cuando agarró los sobres los cambió rápido, que no los abrió nunca y eso era sospechoso, que miraba para el maletín abierto cada tanto (estaba sobre la mesa y no se veía su interior).

Yo creía que tenía una camarita escondida en el maletín y una asistente que miraba lo escrito desde su casa, gracias a internet, y lo llamaba para decirle todo a través de un auricular miniatura que tenía escondido en la oreja. Mis sospechas tenían dos fundamentos:

A) En un truco anterior, dos chicas habían pasado a elegir una carta; y mientras la tenían escondida contra el pecho, una tercera tuvo que llamar a un número telefónico que le dio el mago para decir "alguien eligió algo" y todos escuchamos la respuesta: "el cinco de corazones y el diez de trebol". Efectivamente: aplausos. Pero eso quería decir que el mago tenía una colaboradora externa. Elemental, mi querido Watson.

B) Mientras intentaba adivinar la inscripción del último sobre, se escuchaba ténuemente un teléfono celular sonando sin que llegara a conectarse la llamada. Deducción: hubo un problema con la línea, desperfectos técnicos y por eso veíamos al mago nervioso e incómodo intentando resolver la situación hasta admitir su derrota.

Después alguien dijo que el teléfono que sonaba era de uno de los chicos del fondo, y todo quedó en la nada. Es mejor así, aunque es inevitable querer descubrir el truco, siempre es mejor no saberlo. Sería una gran desilusión enterarnos que el secreto de la magia sea el Bluetooth o las cámaras Wireless. La ciencia mata la capacidad de sorpresa (también dicen que mató a Dios).

Aunque, pensándolo mejor, que alguien hable sólo en voz alta mientras conduce un auto y en alguna otra parte del planeta otra persona esté escuchándolo, es un tipo de magia.
El problema es que ya estamos acostumbrados.

jueves, 28 de agosto de 2008

LAVAME SUCIO

No es fácil tener una chica que limpia cada dos semanas. El problema es que uno sabe con anticipación que va a venir, y deja de lavar cuatro días antes. La bacha va creciendo y creciendo, y a veces pasa (como hoy) que a último momento se le ocurre llamar para cancelar.
Terrible noticia. Ahora voy a tener que gastar todos mis ahorros para salir a comer afuera.
Y tengo que comprarme cubiertos.

martes, 26 de agosto de 2008

MUSICO NO INVITADO

-Este jueves vamos a proyectar The Wall.
Venite, va a haber perfo y músicos no invitados.
-Van a tocar de prepo?
-Exactamente.
-Entonces voy. Y llevo mi violín.
-Dale, te invito.
-Ah no, así sí que no. Voy a ser el único músico invitado? Es mucha responsabilidad. No tengo tanta práctica para que figure mi nombre en el cartel.
-Hay gente puta, eh.
-Se dice cobarde.

sábado, 23 de agosto de 2008

LA VENGANZA DE DOLLY

Género Ovejas asesinas.
En síntesis Cine clase B, hecho como A.
Ideal para Vegetarianos ansiosos de venganza.
Puntaje 4 firulines.

Ovejas mutantes asesinas. Si leyó hasta acá ya tiene una idea de si puede o no llegar a gustarle esta película. Black Sheep es un disparate filmado con total seriedad, como se debe tomar el humor, pero el resultado no cumple las expectativas. Proponiendo un mix de géneros entre el terror y la comedia (aunque más inclinada para este lado), el film no da miedo y, si bien saca algunas risas, el chiste es uno solo: la premisa de ver a los animales más mansos y tontos del planeta como zombies despiadados. En un principio la audacia del planteo funciona, pero después de un tiempo el efecto se diluye y la broma se vuelve algo repetitiva.

Por supuesto que no todo es un completo desperdicio. Lo que promete el póster se cumple con creces, así que los vegetarianos que ansiaban ver la postergada venganza de las costillitas de cordero a la riojana no se irán defraudados: esta es la película que estaban esperando. Más teniendo en cuenta que las numerosas escenas de ovejas masticando vísceras humanas fueron hechas por Weta Workshops, los responsables de los efectos especiales de la trilogía de El señor de los anillos. Sin escatimar presupuesto, la producción supo explotar el potencial de estos animales adorables, y hay que admitir que ver a un rebaño bajando por un prado hermoso para cumplir su feroz revancha ecologista despedazando a un grupo de ejecutivos tiene lo suyo. Hay algo de sangre para los amantes del slasher y un homenaje al clásico hombre lobo americano traducido en el hombre oveja neozelandés. Pero en definitiva tanto el gore como los gags se quedan cortos y, sin generar suficientes gritos ni carcajadas, la película se queda en el meeeedio.

Ahora bien, resultado aparte, hay que aplaudir el riesgo que toma la película. No sólo por el mérito de llenar la pantalla de ovejas durante más de una hora sin que el público se quede dormido, sino más que nada por animarse a realizar la idea más absurda con la mejor calidad. Es cierto, el film está muy lejos del nivel de El milagro de P. Tinto o las obras de Stephen Chow, pero es gratificante saber que todavía hay gente apostando por el delirio. Y genera cierta envidia el hecho de que en otros países haya recursos para financiar disparates, cuando en Argentina pareciera que sólo pueden hacerse películas importantes.

P.D: Aprovecho para avisar que ya se estrenó sin mucho ruido Paranoid Park, de Gus Van Sant, y hay que verla en cine antes de que la saquen. Lars y la chica real por otra parte, tiene lo suyo.

miércoles, 20 de agosto de 2008

TAN MARTEL

Género: Cine de autor.
En síntesis: Un thriller dramático con el sello de la directora de La ciénaga.
Ideal para: Espectadores sensibles y analíticos que prestan atención a los detalles.
Puntaje: 8 firuletes.

Explicar dónde se esconde el placer de las películas de Martel es como transmitir a los amigos la esencia de la chica que nos gusta. Si bien se podría describir con trazo grueso su atractivo, hay algo más, una sumatoria de detalles que la hacen especial: la forma de sonreír, el reflejo de la luz en su mirada, una mueca pícara. Y en el universo de Lucrecia, esos detalles están en cada una de las escenas. Una sobrina que dice zangolotear es como un lunar bien ubicado; una reunión alrededor de una tía en cama es ese flequillo que le tapa los ojos y tiene que soplarse cada tanto. Lucrecia ve a las escenas desnudas y las va vistiendo de a poco, como una estilista obsesiva, hasta agregarle el último de los accesorios. Esa construcción por capas permite disfrutar cada escena por separado, con una tensión propia, mientras las piezas sutilmente van cayendo en su lugar hasta dar forma al conjunto.

La mujer sin cabeza sigue de cerca a Verónica, una mujer de clase alta del interior que atropella algo en la ruta (un perro, un niño) y queda en un extraño estado de shock; entre la confusión, la culpa y la sensación de ser ajena a la vida que construyó. María Onetto sostiene la trama con una expresión contenida, casi sin respirar, mientras se deja llevar en silencio por la rutina; y la tensión se quiebra con un humor sutil que surge de la confusión de la protagonista, el costumbrismo y el contraste de la música en situaciones dramáticas.

Con paciencia y confianza, Martel dejar reposar la película en este clima enrarecido valiéndose de lo que mejor le sale: la creación de atmósferas mediante un gran trabajo del sonido y la fotografía, que acompaña las sensaciones de Verónica utilizando sombras que le cubren la cara y el fuera de foco para despegarla de su entorno. Sobrevuela un aura de misterio que coquetea con el cine de David Lynch, incitándonos a descubrir qué es lo que pasa mientras nos sumerge en las imágenes; pero en este caso no todo era un extraño sueño y cuando Verónica despierta, la historia cambia.

La escena de quiebre ocurre en un baño, cuando ella se permite llorar. Antes de eso no puede decir lo que pasó, y después no puede dejar de decirlo. Es el entorno entonces el que vuelve a estar en foco, con la practicidad de los hombres de ocultar los problemas. Verónica es un iceberg; pequeños gestos y acciones nos conducen a su pensamiento, y con su indecisión corre el riesgo de hundirse en la duda eterna en torno al accidente. Así es que van resonando los temas que abarca Lucrecia: la impunidad del apellido, el costo de la verdad, cierto paralelismo con la dictadura… Por supuesto que sin respuestas claras y con la ambigüedad que la caracteriza.

El mayor atractivo de La mujer sin cabeza es esa cualidad tan Martel que, al igual que los libros de Cortázar, genera placer sólo por la forma de hablar y relacionarse que tienen los personajes. Como siempre las actuaciones resultan naturales, se respira vida en cada plano y aparecen esos códigos internos de familia grande, burguesa y provinciana que invitan a ser parte de su mundo. Y para el público de culto están las los diferentes niveles de lectura, con símbolos y detalles que recompensan a los espectadores incisivos.

Ahora habrá que esperar para ver qué hace con El Eternauta, un desafío nuevo que le servirá para escapar de su lugar de intocable y animarse a lo inesperado.
Ojalá no se demore otros tres años en hacerla.

lunes, 18 de agosto de 2008

DISCUSION

Discutimos fuerte.
El tema es privado, pero había que tomar una decisión.
Me dijo que lo discutiera con la almohada, me hizo prometerle.

Esa misma noche lo duscutí nomás, soy un hombre de palabra, y ganó la almohada. Me quedé con una rabia...

A la mañana me levanté y antes de desayunar fui a comprarme otra.
Una que sea menos dura, más acolchada y suavecita.
Y que piense igual que yo.

viernes, 15 de agosto de 2008

BACKSTAGE CREATIVO

Algunas frases de profesores y alumnos de creatividad publicitaria recolectadas en las primeras semanas del segundo año de la "carrera":

Las ideas no son de quienes las piensan, sino de quienes las hacen.

Estoy contenta: nunca me pasó esto de pasar a segundo año (alumna iniciando su tercer terciario).

Al final del día tenemos que vender mayonesa.

!Ma si, me caso!

El día que no me sorprenda, estudío abogacía.

Nunca confíes en un director de arte que no tiene anteojos, porque significa que no laburó (la pantalla te va dejando ciego)

Esto es un negocio del ego, Man.

A mi me gustaba mucho dormir, algo que no puedo practicar más.

Me llamo Belisario (un alumno).

Búsquense padrinos.

Tus viejos no son malos; tienen pánico de que te mueras de hambre.

¿Eso por qué? Porque al tipo lo rockeabamos.

Mi hijo dejó karate, le pregunté por qué y me respondió: te hacen pelear contra hermanos.

Dejé arquitectura para ver el mundial 86 (un profesor).

Hice un estudio en Londres sobre los Teletubbies (el mismo profesor).

Nos juntabamos a ver películas y comer fideos. Le llamabamos el fideo-club.

¿Por qué no hay policías mujeres? Porque no hay uniformes rosas.

¿De qué trabajás? De secretaria en un estudio de vidas pasadas (una compañera).

jueves, 14 de agosto de 2008

REALIDAD

Darse cuenta de las cosas te hace más maduro.

Pero no más feliz.

martes, 12 de agosto de 2008

UNA LINDA IMAGEN

-Che, ¿cuándo me vas a poner en el blog? Sólo lo leo para ver si aparezco y no pasa nada.
-Por eso mismo, Si te pongo lo vas a dejar de leer. Es fundamental mantener la expectativa, todos se aburren después del objetivo cumplido. Además cuando llegue el momento puede que no aclare quién sos o que te cambie el nombre.
-No importa, yo voy a saber que soy yo. Con eso me alcanza.
-Te prometo que el día que tengamos una conversación interesante no me va a temblar el pulso para incluirte. Quizás últimamente venimos con charlas mediocres, estamos por debajo de nuestro nivel. ¿Tenés algo importante para decir? Te juro que te pongo esta misma noche.
-Dejame pensar…
-…
-Esta parte editala después, escribilo como que la respuesta te la di al toque.
-No, porque no sería creíble.
-…
-…
-El otro día me tomé el subte y leí en el diario La Razón que el 8 es un número de la suerte en China, y por eso los juegos olímpicos empezaron exactamente el 08/08/08.
-Eso es mentira. Eso me pasó a mí, pero lo puse como que lo dijiste vos para que tengas una excusa de aparecer.
-Puede ser, pero no hay manera de comprobarlo. Igual por si llega a ser verdad, te agradezco. La cuestión es que como el 08/08/08 era de buen augurio, y además estaba el comienzo de los juegos, unas cien mil parejas de chinos se casaron ese mismo día.
-Los chinos son millones, esa cantidad de gente seguro que se casa todos los días.
-No, porque por algo es noticia. Además quizás eran 300.000, no me acuerdo bien el número, y en la foto se los veía a muchos juntos en un campo: miles de chinas en vestidos de novia y chinos en frac en una plaza con pasto.
-Claro muchos se deben haber casado en el mismo lugar a las ocho de la noche y ocho minutos y ocho segundos. Imaginate si fueras chino y estuvieras de novio hace tiempo ya pensando en casarte; cuando ves que toda la gente se va a casar ese día, ¿te sumás o preferís otra fecha?
-Es difícil, porque supuestamente ese es TU día, no querrías compartirlo. Pero a la vez me gustaría poder contar que me casé con otras cuatro mil personas.
-Claro, yo creo que me casaría ese día pero el festejo lo haría aparte y pasaría un rato por la plaza a la hora de la foto. Casarse en masa es casi lo opuesto de un suicidio colectivo. ¡No te lo podés perder!
-Creo que lo opuesto sería concebir un bebé en masa.
-Eso también sería una linda imagen: cuatro mil culos de chinos al sol en un día de campo. ¿Ves? Yo sabía que eras capaz de decir algo interesante.

lunes, 11 de agosto de 2008

DESCUBRIMIENTO

Estoy haciendo una nota de tecnología en miniatura y acabo de darme cuenta por qué el Inspector Gadget se llamaba así. Nunca antes me había puesto a pensar en su apellido.

Y eso que no estuve fumando nada raro.

Ahora entiendo por qué siempre detesté que la traducción le diga Inspector Truquini: no era conceptual.

sábado, 9 de agosto de 2008

P Y Q ENTONCES R

Si los amorales no tienen moral, y los morosos tienen deudas...
¿los amorosos no le deben nada a nadie?
¿Será por eso que son tan queribles?

viernes, 8 de agosto de 2008

MI BIBLIOTECA

Es una biblioteca violeta. Tiene la altura de un pequeño jugador de básquet, el ancho de un enano estándar en posición horizontal y la profundidad de una biblioteca. Está hecha de madera, y es violeta porque yo la pinté de violeta. No se qué pensará ella de su color, pero mi casa la prefiere de violeta porque yo la prefiero de violeta y en mi casa se hace lo que yo digo.

La biblioteca tiene cinco pisos más la parte de arriba, que es donde guardo discos viejos y papeles de trámites. Ahí también se junta el polvo, porque sabe que no llego a limpiar tan alto y puede dormir tranquilo.

En el primer piso viven los dvds. Antes vivían los vhs. ¿De qué sirve una colección si no resiste el paso del tiempo? No sé, pero un coleccionista tiene que coleccionar. Además, las nuevas cajitas son más flacas, más altas, más lindas y más coloridas, ya que están impresas con las tapas de sus respectivas películas.
Mi biblioteca, que está en mi casa y es obediente, elije como sus preferidas a Tiempos Violentos, Magnolia, Delicatessen, Donnie Darko, Los excéntricos Tenembaun, El ladrón de orquídeas y Apocalipsis Now.
Mi biblioteca tiene buen gusto.

El piso del medio es el de los libros más nuevos, que todavía mantienen sus lomos intactos. Están clasificados primero por editorial, luego por tamaño, luego por colores y por último como se me da la gana, porque algo de anarquía siempre es saludable.
Delante de los libros hay chucherías, como inciensos, encendedores y una bocina vieja de bicicleta que cada vez que suena desespera a mi perro boxer. También es el piso de los muñecos: Homero, Kenny, Jack, Manolito, Libertad, Miguelito y el abuelo Simpson.

El anteúltimo piso mezcla libros en estado crítico con diccionarios despellejados, álbumes de fotos y objetos nómades como fichas de poker, el orgasmotrón y demás artículos de carácter privado.
Algunas ediciones destacables del piso: los macanudos de Liniers, El eternauta, una guía del masaje sensual con fotos explicativas (regalo de una ex novia para mi hermano mayor), y libros escritos por mi abuela en la época de sus delirios místicos. La página 48 del volumen El orden del amor contiene el capítulo de título excitarse que comienza diciendo es lo más común. Luego, continúa.

El último piso es el de las revistas. Por más que las saco y vuelvo a ponerlas una por una, sigue siendo un piso dominado por el caos. Las revistas no saben nada del orden.

Parte imprescindible de una casa, escondite de gustos culturales y secretos íntimos, las bibliotecas dicen mucho de la vida de una persona. Pero la mía no, porque lo tiene prohibido, así que cualquier cosa que quieran saber me lo preguntan a mí, ¿está claro?