miércoles, 30 de julio de 2008

JOSE DURMIENDO*

*Se recomienda leer con anterioridad JOSE SE QUEDA DORMIDO
Es una fábrica grande. En el piso siete alguien abre la puerta y prende la luz. Es un hombre pelado de bigotes y anteojos que se llama José. Viste pantalones negros, camisa blanca y corbata a tono.
-¡Bueno, señores! –anuncia a los trabajadores -. En piso de arriba todos los José ya están durmiendo, así que ya saben: ¡A trabajar!
Y cierra la puerta.

Los José del piso siete rodean la gran mesa principal listos para el brainstorming. Bien preparados, son guionistas que comparten una misma visión (miopía; anteojos de graduación 4,25) y un mismo estilo (pelada de la nuca a la frente, bigotes rubios a-lo-Teto-Medina).
De ellos depende la calidad de los sueños.

Frente a cada asiento hay un micrófono que transmite cada palabra pronunciada directamente al casco de última tecnología que lleva puesto José Receptor. Este José recibe los datos y, mediante un dispositivo complejísimo, los mezcla arbitrariamente para luego traducirlos en imágenes proyectándolos en la pared.
Esto lo consigue pedaleando sin parar en una bicicleta fija de paseo con freno contra pedal.

El que más habla en la mesa es José Recopilador.
Tiene puesto ese traje marrón gastado (sí, el mismo de ayer) y trajo, como de costumbre, su anotador gordo y compacto, donde lleva la información que fue recapitulando a lo largo del día. Está todo ahí dentro: qué comió, a dónde fue, las conversaciones que tuvo y los rasgos de cada persona que se cruzó en el subte.
Meticuloso, está atento a todo y no deja pasar nunca ningún detalle. De día anota, de noche cuenta. Un poco lo explotan, pero a él le gusta su función. Es el encargado del relleno del sueño –locaciones principales, caras de los extras, acciones menores-, aunque a veces cuela un par de escenas en la trama principal.

Al lado suyo se sienta José Subconsciente, que se siente superior al resto. Él sabe cuáles son los verdaderos problemas de José, esos que lo traumatizan desde la infancia, pero cada vez que le preguntan se queda callado.
-Secreto profesional -dice-. Confidencialidad psicólogo-paciente.
Con su sonrisa socarrona, alza las cejas cada vez que acerca la cabeza al micrófono para decir las palabras justas.
-Son datos clave que muchas veces pasan de largo, pero tienen gran importancia en la trama, porque si se analizan pueden dar pistas de los conflictos a solucionar en la vida real. Lo mío es la sutileza, se entiende?

Enfrente de él se sienta José Problemitas con la mirada perdida y el brazo en alto, como si estuviera por accionar la palanca de una máquina tragamonedas. Cada tanto alguien le baja el brazo y él dice una palabra al azar en voz alta: sandía, ñandú, ¡mertiolate!

-Su aporte es sus-tan-cial –explica Subconsciente con un aire de superioridad-. Problemitas aporta el toque de surrealismo que le da color a los sueños.
-¡Rinoceronte!

Uno de los pequeños José Recuerdos acaba de accionarle la mano.
Los chiquilines se la pasan jugando por todos los rincones de la oficina. Son muchísimos, corren de acá para allá, se tropiezan, cantan, dan vueltas carnero, hacen barullo y travesuras.
A veces se suben a la mesa y llegan a decir palabras en los micrófonos antes de que los saquen. Entonces el recuerdo se mete en el sueño y una escena sexual con la prima segunda se mezcla con flashbacks del padre empujandolo en una hamaca.
Subconsciente se enoja mucho con ellos –al otro día José va a levantarse con culpa, como si se hubiera acostado con su padre-, pero un poco de caos es necesario.

Por último está el comando de Espías. Son sigilosos, tienen walkie talkies y llevan en la cabeza esos cascos de minero con linternas.
Se escabullen con cuidado en el piso ocho, donde duermen todos los José, y trasmiten información de lo que ocurre en los alrededores de la cama. La sensación térmica, el ruido de un grillo molesto, gotas de lluvia rebotando en el balcón.
Trabajan en conjunto con José Espía que, sentado en la mesa del piso siete, dice lo que llega del walkie talkie inmediatamente en el micrófono. Así, la información de último momento puede cambiar el transcurso de un sueño; como cuando trasmiten las ganas de hacer pis, que generan el efecto disco-rallado repitiendo sistemáticamente la escena dificultades-de-mear-en-el-baño-público hasta que José se levanta de la cama para hacer pis con los ojos entreabiertos.

Cerca de la hora de despertarse, los Espías tienen que estar atentos: cuando se prende la luz del piso ocho hay que salir corriendo.
Algunos José los persiguen apenas abren los ojos y si llegan a atraparlos los obligan a confesar.
-¿De qué trataba el sueño? ¿De qué?
Y los torturan con cosquillas.
Los Espías no se pueden contener (son muy cosquilludos), pero saben que si hablan demasiado Subconsciente irá tras ellos. Por eso tiemblan de miedo y sólo dicen palabras sueltas.
-Abuela… bijouterie hindú… el ombú que había enfrente del colegio… ¡el Ruso Manusovich!... no puedo decir más, por favor, ¡no puedo!

Esos Espías ya no bajan al piso siete. Se quedan trabajando por siempre en el octavo, donde todo es más rutinario y predecible. Donde las sorpresas, la locura y los sueños imposibles solo pasan a saludar cada tanto.

domingo, 27 de julio de 2008

JOSE SE QUEDA DORMIDO

Es una fábrica grande. El piso ocho es amplio, bien iluminado y está repleto de cubículos. En cada cubículo hay dos pelados de bigotes y anteojos que se llaman José. Es domingo y casi todos los José están hablando a la vez, por lo que un gran barullo resuena entre las paredes y sube hasta los techos, que son tan altos como en las mejores catedrales.
De pronto, una puerta se abre y aparece un hombre pelado de bigotes y anteojos que se llama José. Viste pantalones negros, camisa blanca y corbata a tono.

-¡Bueno, señores! –anuncia a todos los trabajadores -. ¡Es hora de dormir! Que hay que levantarse temprano, mañana será un nuevo día.
Y apaga las luces justo antes de cerrar la puerta.
El piso ocho de la fábrica queda entonces hundido en la oscuridad.

Después de unos minutos, los veladores de algunos cubículos se encienden y se quiebra el silencio.
En el cubículo 138, José y José, sentados frente a frente con una mesa y varias cervezas de por medio, reviven su tarde dominguera en la cancha de River. Hablan de las jugadas, repasan la fecha que vieron en fútbol de primera, analizan las posibilidades del equipo en el campeonato y se imaginan vistiendo la banda roja, quizás metiendo un gol de cabeza con la pelada y sacándose los anteojos para saludar a la hinchada mientras se acarician el bigote.

-¡Shhhhh! –se quejan desde otros cubículos-. ¡Callense que queremos dormir!

José toma el último trago de cerveza y apaga la luz. Pero entonces se enciende el velador del cubículo 54, donde un pelado de bigotes y anteojos enfundado en un elegante y aburrido traje gris enuncia en voz alta las actividades a realizarse el lunes. Mientras dice cosas como pagar las expensas, almorzar en lo de la abuela y llevar el saco verde a la tintorería, José, su compañero de cubículo, toma nota en su máquina de escribir al igual que los señores que transcriben lo que se dice en un juicio. Las teclas de la máquina de escribir avanzan a un ritmo frenético generando un ruido insoportable.

-Chicos, por favor se los pido, hay tiempo para pensar en todo eso mañana- dice la cabeza de un José despeinado que se paró en su cama para asomarse desde la pared del cubículo vecino, el número 55.

Cuando hacen caso, José despeinado suspira satisfecho y se acuesta de nuevo para ver si puede dormirse de una buena vez por todas. Al lado de su cama, en la penumbra, un señor pelado de bigotes y anteojos lo observa y susurra:
-No estás dormido, mirá como das vueltas en la cama. Te hacés el que estás durmiendo para convencerme, así me callo y te dejo en paz, pero a mí no me engañas. Yo te conozco. De toda la vida te conozco, Josecito.

De repente el pelado en penumbras interrumpe su monólogo molesto porque tiene una idea fantástica de un hombre que se mira a sí mismo durmiendo. Piensa que tiene que escribirla urgente antes de olvidársela, pero su velador tiene la lamparita quemada y para hacerlo debería ir hasta la puerta principal y encender las luces generales. Eso arruinaría el intento de todos los José de poder conciliar el sueño en un horario razonable. Habría que empezar de cero y no se lo perdonarían. Decide en cambio repetir la idea en voz alta como un autista sin parar.
-Hombre-que-se-mira-durmiendo, hombre-que-se-mira-durmiendo, hombre-que-se-mira-durmiendo…
-¡Te podés callar por el amor de Dios! –grita José como loco saliendo furioso de la cama.
El sobresalto hace que varios cubículos se enciendan.

-¡Muchachos, es en serio che, dejémonos de joder! –grita un José desde el anonimato de su cubículo-. Mañana vamos a estar todos como zombis, no queremos desperdiciar todo el día.
-¡Sí! –responde otro-. Si seguimos así el gerente va a pensar que de verdad somos tan vagos como dicen allá afuera. Despertarse un lunes después de las doce no le hace bien a nadie…

Todos vuelven a apagar las luces. Desde su cama marinera del cubículo 98, José le dice al José de abajo que ésta ya es una historia conocida, que por más que apaguemos las luces sabemos que eso no soluciona nada. El José de abajo le pregunta qué propone él entonces, y José contesta: si no puedes contra el enemigo, únete a él, y plantea una misión comando para prender las luces generales y hacer una ronda grande alrededor del pelado de bigotes y anteojos del cubículo 114 para que les siga leyendo el libro de Cortazar. O conectar el proyector a la tele y verla como cine desde la pared.

Cuando José de abajo está por contestar, se prende el velador del cubículo 69. Sentado al pie de una cama matrimonial, un pelado de bigotes y anteojos se saca los pantalones despacio, mientras lo espera en la cama José vestido de mujer, tan bien disfrazado que si le sacaran una foto en ese momento y la pusieran luego al lado de Nicole Kidman en Todo por un sueño nadie podría distinguir uno del otro. El pelado avanza arrodillado por la cama y se le abalanza sin dudarlo al José-Nicole-Kidman.

Desde sus cubículos, todos escuchan en silencio los sonidos que salen del cubículo 69. Pasa un tiempo considerable, hasta que el pelado termina, se saca los anteojos, apoya la cabeza en la almohada de la cama matrimonial y apaga el velador.

Y José se queda dormido.

jueves, 24 de julio de 2008

LA NUEVA ESTRATEGIA DE LAS COMPAÑIAS TELEFONICAS

Una hora de música clásica escuchada a distancia desde el auricular del teléfono celular. Finalmente, una voz.
-Aguarde un instante que lo comunico con el operador.
Él toma el teléfono y, agazapado, espera el momento de descargar su furia.
-Sí, el cirujano Marcucci al habla!
-¿Quién? –pregunta perplejo.
De fondo se oye una voz que grita ¡doctor! ¡doctor! ¡hemorragia!
-Espere un momento, que estoy al teléfono. ¡Y dele más succión ahí caramba, que esto no es un juego de niños! Cirujano Marcucci, diga!
-¿Hola? ¿Con el operador?
-Pero sí hombre, cirujano Marcucci le he dicho. ¡Y hable rápido que estamos con una emergencia!
-Yo llamaba por un problema con mi teléfono celular…
-¿A usted le parece? Acá hay un paciente muriendo, sangre por todos lados, ¿y usted tiene un problema con su celular? ¡Despierte, que esos no son problemas! Un poco de perspectiva, por favor, y llame cuando realmente tenga una emergencia…
Tut tut tut tuuu
Él con el teléfono en la mano, en silencio, se siente insignificante y aliviado de estar vivo. Lo mejor será pagar la cuenta del teléfono y preocuparse por cuestiones más interesantes.

lunes, 21 de julio de 2008

NO ES LO QUE PARECE

-¡Es una metáfora! ¡Es una metáfora! –grito como loco bajando las escaleras.
Me persigue una horda de mujeres gordas, flacas, viejas, de todos los colores. Tienen sombreros coquetos, una rabia asesina y carteras haciendo juego. También zapatos de taco alto, por suerte, así corro con cierta ventaja. Me siguen el rastro bajando por estas escaleras interminables con las carteras listas para ser estropeadas contra mi cabeza. Son millones, están enojadísimas y no se detienen ante nada. Quieren zapatos, zapatos, zapatos. Están cada vez más cerca, me pisan los talones, y entonces me tropiezo.
Ahí es cuando me despierto.
Tengo esa pesadilla desde hace una semana. Me da miedo dormirme, estas mujeres son peores que Freddy. ¿Cómo llegué a esto?
Todo empezó cuando me recomendaron instalar un programa para chequear cuánta gente entra en mi blog. El programa es tan bueno que cuenta en detalle qué camino tomaron los visitantes para llegar hasta mi Caja de zapatos. Chusmeándolo un poco, me llamó la atención la cantidad de gente que llega desde Patidifusa, la marca de zapatos de mi hermana. A ella le va muy bien, tiene su legión de fanáticas. Al estudiar su página más de cerca confirmé mis sospechas: a la derecha de las fotos de zapatos hay un link que dice Caja de zapatos. Eso las lleva directamente hacia mí. Imaginen la decepción de las señoras cuando encuentran esta enorme cantidad de letras agrupadas y leen y leen desorientadas esperando encontrar palabras como zapatos, botas o liquidación.
Tengo miedo. Conozco el fervor con el que las mujeres desean zapatos: trabajé atendiendo un local de mi hermana y en una época solía ver Sex & the city. Estas mujeres quieren venganza. Tarde o temprano me van a encontrar. Quizás sea mejor cambiar la orientación de mi blog y enfocarla al calzado femenino. Es un tema fascinante.
Mientras tanto, si usted es mujer y busca zapatos, por favor tenga piedad, hágase la distraída y corra la voz de que no todo es lo que parece.

viernes, 18 de julio de 2008

BESO LASTIMADURA

Para practicar el beso lastimadura lo primero es encontrar a una criatura lastimada, del sexo que usted prefiera. Conviene estar atentos a accidentes ocasionales y seguir el rastro de un llanto o algún grito perdido que exija la presencia urgente de una madre. De no hallarlo, la alternativa es buscar un niño sano, y lastimarlo. Algunos buenos métodos para esto son la zancadilla, el tacle o el corte superficial con una navaja.
Luego del tropezón desafortunado llega el llanto, las mejillas coloradas, el ligero dolor de cabeza y un grito: ¡Mamá! ¡Mamá! Duele. El grito no es excluyente, y la persona más cercana puede hacerse cargo del beso lastimadura. Se recomienda empezar acariciando la cabecita y preguntar qué pasa mientras se le dice: shh, ya está, ya está, repetidas veces. Si usted no es la madre, probablemente el aullido se haga más agudo y feroz. Es el momento de acercar la cabeza a la herida y lentamente soplarla. Los gritos aumentarán, pero no se detenga, es tan solo el miedo a la cercanía del tacto. El dolor persiste, y la tradición indica que para calmarlo al chico, se le canta. Una elección popular es la entonación de “sana sana colita de rana si no sana hoy sanará mañana”.El canto finaliza con un beso suave y delicado sobre la lastimadura. Mientras los labios rozan la herida, los ojos deben mirar directo a los del niño. Si el efecto es positivo puede hacerse una repetición de besos cortos intercalados con soplidos. El estiramiento del brazo para acariciar la mejilla mojada y limpiar las lágrimas del pequeñuelo es opcional.
Si el llanto continúa es que se trata de un berrinche, en cuyo caso lo recomendable es pararse, limpiarse los pantalones, salir a encontrarse con amigos a tomar una cerveza y olvidarse por completo del asunto.

miércoles, 16 de julio de 2008

DE ALGO HAY QUE MORIR

Desde la ventana de su departamento, Eugenio mira a su vecina y de pronto tiene la sensación, más aún, la seguridad, de que es una asesina. Se imagina que detrás de esa imagen inocente y servicial que proyecta su vecina se esconde una asesina serial temible. Asesina de largo plazo, meticulosa, capaz de matar a nivel masivo con la ingenuidad de un niño. El miedo se apodera de Eugenio, de tal manera que por un segundo piensa en mudarse antes de que sea demasiado tarde.
-Fijate la ventana, Ricardo –le dice a su amigo, que con la mirada fija se encontraba analizando en silencio las virtudes de la pared del living.
-¿Qué hay?
-La antena de Cablevisión. ¿La ves? Esa torre inmensa que emite ondas invisibles. Nos va a matar a todos. Dentro de treinta años el barrio entero va a tener cáncer por culpa de ella.
-Paranoia, paranoia –responde Ricardo-. Estás desperdiciando la utilidad de este verde. Lo mismo puede pasar con los celulares. No hay nada que hacer. Total, de algo hay que morir.
Eugenio, en un principio, está de acuerdo. En lo del principio, mejor dicho: el porro le había pegado mal. Decide resignarse y disfrutar del enemigo. Prende la tele, una tuca, y se queda viendo una película que ya había visto, pero de una manera distinta.

sábado, 12 de julio de 2008

PROBLEMA DE FONDO

No recuerdo si hubo una pelea. Simplemente de un día para otro empezó a quejarse. Fue una protesta tibia que aumentó in crescendo hasta convertirse en una parte de mis oídos. Desde entonces su berrinche es la base rítmica que sostiene mis días: Eeeeeeeeeeee.
Entiendo que la convivencia no es fácil (y menos en un monoambiente), pero lo suyo es injustificable. Como un bebé que descubre en el llanto su mejor herramienta, ella encontró los quejidos y desde entonces los implementa. La diferencia es que el bebé suele tener razones. Ella se queja sin motivos. Peor todavía, sin objetivos. Lo hace todos los días en intervalos de tiempo regulares. No se qué es lo que quiere, y ella tampoco. La cosa no da para más. Es la heladera o yo. Uno de los dos tiene que mudarse.
Siento como si me hubiera dejado una novia o fallecido un familiar cercano. Tengo un problema que genera un ruido de fondo, pero constante. De a poco me va taladrando el cerebro. Cada tanto logro ocupar mi cabeza en algo útil, pero apenas me distraigo escucho el ruido de vuelta. Eeeeeeeeeeeeeeee. Pareciera que no se va a ir nunca. A veces resulta tan insoportable que la miro pensando en llevarla a un desarmadero o donarla a caridad. Creo que ella se da cuenta, porque le da como un escalofrío y se calla por un momento. Entonces me acuerdo que existe la vida en silencio, y que es más recomendable.
Mi sospecha es que conmigo se siente vacía. En cierta medida la entiendo: por momentos lo nuestro parece algo superficial, puro condimento. Quizás es su forma de decirme que está celosa del delivery. Es culpa de las ollas, que se niegan a lavarse solas.
A veces, sin darme cuenta, busco el ruido cuando no lo encuentro; como si me faltara un amigo. Cuando era chico, en el pasillo de afuera de mi cuarto había un reloj de pared que tenía el tic tac muy fuerte y provocaba mi insomnio. Algunas noches estaba a punto de conciliar el sueño, y entonces lo buscaba, para ver si estaba. Tic-tac, tic-tac. Apenas me reencontraba con él volvíamos a ser inseparables; nos pasabamos la noche en vela juntos. Se ve que desde niño tenía tendencia al masoquismo.
Se me ocurrió que la solución sería encontrar al Hombre Mano, pero él vive en el exterior. El Hombre Mano es como un superhéroe de entrecasa. En Estados Unidos lo llaman Handy-Man. Dicen que el hombre viene y, como un psicólogo tecnológico, te amiga con tus artefactos. Podría hacerle entender a la heladera que las cosas son así, y de nada sirve quejarse. Lograr que el horno sea más independiente y no necesite que le sostenga el botón como si fuera la mano, hasta que se anima a funcionar solo. Rogarle al calefón que no sea tan caprichoso y ciclotímico durante mis duchas. Enseñarle a la cadena que cuando la toco quiero que haga lo suyo y después me deje tranquilo; en vez de quedarse hablando sin parar, obligándome a tocarla de vuelta hasta que se quede dormida. ¿No me estarán queriendo decir algo? ¿Será un complot?
Tengo que empezar un curso para ser buen marido, y aprender a cambiar lamparitas.

miércoles, 9 de julio de 2008

LA VENGANZA DE LAS VIEJAS SOLITARIAS

Por más joven que sea la población de un edificio, estos siempre serán controlados por viejas solitarias. Nadie en su plena juventud es capaz de asistir a una reunión de consorcio. Así es que estas viejas depresivas toman las decisiones más absurdas por puro despecho. Ponen carteles prohibiendo el acceso de los perros a los ascensores o limitan el uso de la terraza hasta las dos de la mañana. ¡Hasta deciden instalar cámaras de seguridad cuando el edificio no tiene portero eléctrico! ¿Con qué razón? Envidia descarada. Pequeñas venganzas contra la gente feliz.
Algún día pisaré fuerte en una reunión de consorcio y llegará la hora de las nuevas reglas. El día en que me convierta en un viejo solitario.

jueves, 3 de julio de 2008

¿NO LA VISTE A MI SEÑORA?

-¿No la viste a mi señora?
-Ya te dije que no, tomá la sopa que se te enfría.
El abuelo hace caso. Ya no es aquel jefe de familia; versión libre de El Padrino, pero en judío. Con sólo sentarse en la cabecera reinaba un silencio total en la mesa larga. Ahora está más manso, y hasta se le escapa algo de cariño de la mirada, que combina la inocencia de un niño con la de un principiante en la marihuana. Es un abuelo más Heidi. Ya no da miedo y dinero, sino pena y ganas de abrazar. Propone una cercanía que invita a hacerle todas las preguntas. Es un desperdicio, porque ya se olvidó de las respuestas. Y también de la pregunta, por eso la hace de nuevo.
-¿No la viste a mi señora?
El abuelo pregunta, pero sabe. No necesita que se lo digan y de todas maneras pregunta, porque es lo que debe hacer. Un marido tiene que preguntar por qué su señora no duerme más en su cama. Es una cama matrimonial de época, lujosa, con olor a pis (por supuesto) y está vacía del lado izquierdo.
Nadie le quiso decir al abuelo en su momento. Fue una recomendación del doctor, y todos estuvimos de acuerdo para evitarnos la dificultad de decirle. Igual él sabía. Él siempre supo. Desde entonces camina deslizándose despacio, en pantuflas, como pidiendo permiso y perdón por esa tristeza que se hace contagiosa.
Así como perdió a la señora, el abuelo perdió el interés. Si hasta dejó de preguntarme cómo iba el negocio. Yo tuve que guardarme la respuesta de siempre: que el que tenía el negocio era mi hermano. Pero a pesar de su memoria rota, nunca se va a olvidar de repetir la pregunta que le rebota en la cabeza. Como un pacto tácito automático, cada vez que alguien se sienta a su lado el abuelo dice:
-¿No la viste a mi señora?
Y nosotros seguimos diciéndole que la sopa se le enfría.

martes, 1 de julio de 2008

IGLESIA MARADONIANA

¿Vieron que hay una Iglesia Maradoniana? Dicen que ahí son todos diegocéntricos. Claro que más diegocéntrico que El Diego no hay ninguno; no se puede pretender ser más papista que el papa o más leninista que lennon. ¿Cómo habrá reaccionado el templo con La Noche del Diez? Imagino un aluvión de dudas de sus fieles, y el pasto-r en el medio, intentando explicar la única versión falsa de D10S. También, ¿a quién se le ocurre ponerlo a Maradona de moderador? Diego no puede ser moderado en nada, muchachos.