viernes, 26 de septiembre de 2008

LLEGO TARDE

Ayer me dijeron una cosa que me hizo sentir un poco lento:
-¿Vos sabías que el logo de Carrefour es una C?
-No jodas. Si es un flecha roja con un cosito azul atrás.
Lo googleamos y tenía razón nomás. Nunca antes lo había visto, y ahora no podía dejar de verlo.

Me quedé pensando en todas aquellas otras veces que llegué tarde, y me acordé de unas pocas:

-El año pasado perdí una apuesta por creer que la expresión me taré la había inventado mi hermana en ese mismo momento.

-En muchas canciones asumía durante años que la letra era otra:
En No tan distintos de Sumo dice Waiting for 1989 (yo pensaba que decía 18 4 19 89 en inglés y que era una secuencia de números secreta con una significancia que desconocía).
En Loser de Beck, el estribillo dice Soy un perdedor (yo escuchaba So open the door).
Todavía no se lo que dice el himno argentino después de desde el trono a la noble igualdad y antes de las provincias unidas del sur.

-La primera vez que viajé en subte solo, era de noche y me lo tomé para el lado equivocado. Para volver no sabía como cruzar al otro andén, y vi una escalerita al fondo del pasillo que era para bajar a las vías. Me acerqué y noté que bajando las escaleras (era una escalera vertical, no en diagonal con escalones) había un caminito que cruzaba las vías y del otro lado aparecía otra escalera para subir. Bajé, miré para los dos lados, apuré el paso porque venía un subte y crucé. Cuando trepé al otro andén, un empleado me explicó que ese pasaje es para los técnicos que trabajan ahí y que yo, aparentemente estaba loco de la cabeza.

El premio se la lleva una neuquina de diecisiete años que conocimos en la playa hace mucho tiempo. Cuando se enteró que éramos judíos se rió y quiso sacarse la duda:
-¿A ustedes de chiquitos le cortan la mitad del pito, no?

miércoles, 24 de septiembre de 2008

VOYEUR

Los presentan sin gran alharaca y enseguida los guían hasta el cuarto.

Ella está lista. Tiene ganas pero no lo sabe (o no lo quiere demostrar), se hace la distraída, sonríe.. por lo menos se muestra contenta. Como diría Francella: es una nena.
Él está desprevenido. No se esperaba esto, fue todo tan de repente... Claro que la situación, aunque lo descoloca, lo entusiasma. Es un macho con todas las letras; pero un macho inexperto (a pesar de la edad, es su primera vez).

De a poco se acerca; va viendo de qué trata el asunto. Da un par de vueltas, como un galán bien tanguero, y tímidamente encaja los primeros besos subidos de tono. Con lengua.
Ella se deja hacer.

Ya casi desenfrenado, no se puede contener. Es como si la mente se le nublara, entonces no duda un segundo y actúa: la agarra por atrás e intenta atravesarla. Así, sin advertencias.
No lo consigue.

Ella no toma provecho de su fracaso para denostarlo. Sigue preparada, como la primera vez, esperando su turno. Se nota que es muy gauchita, todavía logra mantener cierta inocencia y hasta parece distraída (una gran actriz, se ve) a pesar de que ya está todo dicho.
Él no pierde la esperanza. En el intento fallido no lo había esquivado: es una buena señal. Lo intenta nuevamente. ¡Bingo!

Le duele. No había imaginado que le iba a doler. ¿Por qué le duele? Ya se arrepintió, no quiere saber nada con que siga esta tortura, pero él no la deja ir, la tiene agarrada desde atrás con toda su fuerza, hace oídos sordos a los gritos y empuja y empuja y empuja. Es su momento y quiere demostrarlo. Ya es muy tarde para detenerse.

Ella se retuerce, piensa en desprenderse pero no sabe cómo. Grita, llora, quiere lastimarlo, morderlo. Está histérica, in-con-tro-la-ble.
Ahí es que aparece su tía para tranquilizarla.
-No te muevas Cande, que es peor. Ya está, ya falta poco –le dice mientras le acaricia el cuello. Ella logra cierto control mental. Enseguida lo pierde y vuelve a retorcerse.
-¡Candela! ¡Tranquilizate querés! Ya se que te duele, pero es un momento nomás, hay que aguantarse che.

Yo miro todo desde un costado, en silencio. Es la primera vez que presencio sexo enfrente de una desconocida. Parece una piba macanuda; dice que si Candela estuviese más pancha podría cebarse unos mates. Salta a la luz que la piba tiene experiencia en esto. Es como una Madama o Roberto Galán.

Ahora él se cansó un poco, decide desmontarla pero igual quedan pegados. Cola con cola, con el pene doblado a 360. Toman aire: inhalan, exhalan, inhalan… ya casi casi está. Entonces se desabotonan (ese es el término, según la piba) y todo acabó . ¡Un brindis por la feliz pareja!

Voy a tener un cachorrito de boxer que ni te cuento.

jueves, 18 de septiembre de 2008

ESPEJO VENCIDO

Un fin de semana salí a caminar por San Telmo para practicar mi inglés. Recorrí estrechas calles empedradas y hablé del weather, de Bush y de la special vibration de Buenos Aires con algunos turistas obvios y otros más camuflados. Finalmente desemboqué en el Mercado de San Telmo, y entre viejas pelotas de cuero de la década del treinta, distinguidos bastones de millonarios extintos y preciosos juguetes de niños de ochenta años, terminé comprándome un espejo antiguo de cuerpo entero con un grueso marco dorado que me hizo sentir importante.

El vendedor era un anciano de metro cincuenta y monedas. Tenía ojos celestes, casi blancos, boina escocesa y un abrigo largo y grueso que parecía ser de la Segunda Guerra. Llevaba los guantes cortados y la sonrisa de costado. Era una mueca extraña, algo burlona.

El viejo me aseguró que el espejo andaba joya, nunca taxi, pero al parecer estaba vencido, porque se fue estropeando con el tiempo. Es decir, atrasaba bastante, y por más que lo daba vuelta y vuelta nunca estaba en hora.

Primero me vi con el bigote del mes pasado (una prueba horrorosa que duró un par de días). Después, de traje y cabello corto engominado en la época de mi primer trabajo de oficina. Y cuánto más tiempo pasaba, más atrasaba.

Las mujeres que visitaban mi departamento descubrían versiones mías que nunca pretendí mostrar en las primeras citas, y algunos amigos insistían en tocarme el timbre con pochoclos para ver viejos capítulos de mi vida en el espejo. Cruzar por el comedor y verme de reojo era abrir un álbum de fotografías gastadas: mi corte rollinga de quinto año, la etapa hippie de comienzos de secundaria, los agujeros en las rodillas en los joggings de cuarto grado. Para colmo mi madre se entusiasmó y decidió pasar a saludarme más seguido, chocha por poder hacer comparaciones odiosas con mi otro yo.
-Que desordenado que tenés el pelo, Javier. ¿Ahora resulta que es moderno ser sucio? ¿Por qué no te peinás con la raya al medio, como cuando eras chico, que te quedaba tan prolijo?

Tuve que acostumbrarme a vivir rodeado de pasado, hasta que uno de esos domingos lluviosos de minutos lentos me harté de tanta melancolía y en un impulso agarré el espejo por los marcos dorados y lo rompí contra el piso.

Enseguida me arrepentí. Uno nunca sabe cómo puede reaccionar un espejo vencido.

Y cuando fui a juntar los pedazos me di cuenta de que había invertido el proceso. Ahora las partes desparramadas por el piso adelantaban. En un instante vi en diferentes fragmentos un futuro calamitoso, de siete años de mala suerte.

En un pedazo observé como arruinaba mi amistad de años por un beso que no llegaba a destino; en otro sufría en la cancha con la visión continuada de varias goleadas de Boca en el superclásico. Vi como estropeaba el auto de mi padre contra un poste de luz, horas y horas de tráfico inmóvil, tropezones torpes, redadas policiales por posesión de marihuana.

La sobredosis de imágenes llenas de enfermedad, soledad y depresión fue demasiado. Arrodillado, agarré un triángulo filoso que profetizaba cinco horas atrapado en un subte repleto y averiado, y me corté las venas.

Con la sangre de la muñeca trazando ríos en mi brazo llegué a verme en otro fragmento que dormía cerca de mi cara y, por una vez, lo vi en punto.

El espejo vencido estaba en presente, y marcaba mi hora.

viernes, 12 de septiembre de 2008

PIJAMA PARTY

Juanchis (él dice que nunca le digo Juanchis, pero así lo tengo agendado en mi celular y esto lo corrobora) ya puso la firma. Dentro de poco va a tener a disposición una casa de tres pisos para hacer su movida. La posibilidad de tener un lugar propio para organizar actividades sociales me disparó la imaginación:
-Ya volvieron los lentos, ahora hagamos que vuelva el pijama party. Convocamos a gente confiable, ponemos música, hacemos juegos de asalto y terminamos hablando entre todos tres horas con las luces apagadas. Ese momento es genial: cuando estás en una carpa con amigos o en la casa de uno y está todo listo para dormir pero te quedás hablando y hablando.
-Dale hagamoslo pero mixto, con mujeres.
-Seguro. Creo que la primera vez que dormí junto a una chica de mi edad que no fuera mi prima o mi hermana fue en un pijama party.
-El problema es que yo no duermo con pijama.
-¿Qué tipo de calzoncillo usas?
-¿Cual te gusta?
-Así más que volver al pijama party vamos a instalar la orgía.
-¿Y no era esa la idea? Pasa que de chicos todavía no nos dabamos cuenta. Pero queríamos eso.

martes, 9 de septiembre de 2008

JACINTA

A la locura hay que sacarla a pasear, con orgullo.
Si a la gente le gusta qué lindo, y si no la entienden, cosa de ellos.

La locura no se juzga: está ahí, fuera de uno. Es importante hacerse cargo de ella, y no abandonarla cual bebé en canasto antes del ring raje. A la locura hay que hacerle upa, darle una pancarta para que agite, levantarla al cuellito y llevarla como un nene por la playa para que todos puedan admirarla.

Después, cuando la vean solita dando vueltas , los demás van a aplaudirla sin saber de quién es, hasta que vos aparezcas, la vuelvas a buscar y la retes enfrente de todos diciendole que nunca más se le ocurra escaparse; pero sabiendo que a la noche le vas a dejar la puerta abierta a propósito.

Como esta locura que encontré. Estaba en mi cabeza, pero creo que es tuya. Yo dejé la puerta abierta para que salga la mía (una teoría conspirativa sobre el Deja Vu); y mientras estaba esperando que vuelva, entró esta que es distinta, que tiene otro nombre y se llama JACINTA.

Este post es un aplauso entonces, para esta linda locura que se perdió en mi cabeza. Ojalá se reencuentre con su legítimo propietario. Quizás él es el que tiene mi Deja Vu; y cuando aparezca le invitaré un cigarrillo chistoso para compartir nuestra locura.

Y usted también, ya que estamos. No tenga miedo, traiga sus locuras que será bienvenido. Yo a ellas siempre les dejo la puerta abierta. Para que entren y para que salgan.

lunes, 8 de septiembre de 2008

CARA Y SECA

Cara: Hay muchos jovenes que están perdidos en las drogas.
Seca: Hay otros que, con las drogas, se encuentran a sí mismos.
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¿Me das una seca?

sábado, 6 de septiembre de 2008

MANCHA

Iba sentado en los asientos del fondo del 152. Un hombre de gorra me daba la espalda. Estaba de pie, agarrado al pasamano y dejaba pasar a la gente que bajaba tocándoles levemente la espalda. A su lado esperaba un viejo que tenía un tick en los labios. Parecía ser su padre.
-¡O bajas o te quedas arriba, pero a mí no me tocás! –le dijo claramente una señora con cara de enojada, justo antes de bajar.

Recién ahí salí de mi trance (todo esto lo observaba en fuera de foco, mientras pensaba en los ravioles que me esperaban casa), y presté atención. ¿Por qué el grito? ¿Era para tanto? Quería indagar en la cara del hombre de gorra para ver si encontraba rastros perversos en sus ojos, pero sólo veía su nuca. Acerqué mi nariz a su espalda y lo olfateé sutilmente buscando olor a depravado. No sentí nada. Me di cuenta que no podría reconocer el olor a depravado si lo sintiera, porque nunca conocí a ninguno (hay amigos que prometen, pero todavía no califican). Quizás huelen a nada.

La siguiente parada era la mía. No sabía si el hombre de gorra me iba a rozar la espalda, y si eso significaría contagiarme o sentir algo semejante a una violación. Esperé pacientemente hasta que el colectivo se detuvo, y sorpresivamente lo ví bajar primero, ayudando al viejo a descender con él.

Apenas llegó a la vereda se abalanzó sobre una mujer que pasaba, tocándola en el hombro. La señora se dio vuelta sobresaltada y el hombre de gorra pidió disculpas. Debió haberla confundido con su tía, o algo parecido. Llegué a verle a cara: el tipo era pariente cercano de Carlos Belloso en alguno de sus personajes oscuros. Pasaron a su lado tres mujeres y él las tocó con su dedo índice sin que se dieran cuenta. Fue casi imperceptible. Pensé que se había quedado con bronca por no haber podido tocar a la mujer del colectivo, y ahora se estaba desquitando en grande.

Mi sorpresa creció mientras caminaba detrás suyo, observándolo. El hombre de gorra avanzaba aferrado a su viejo, y no se privaba de tocar a todas las mujeres que caminaban a su alrededor. Era como un juego macabro. Las rozaba con el dedo en el hombro, la espalda, la mano. Ellas se daban vuelta, lo miraban raro y él pedía perdón.
En una ocasión reaccionó tarde, sus reflejos fallaron y para no perdérsela puso el piecito porque la guacha se le escapaba. La hizo trastabillar, casi caerse.
-¿Qué hacés? ¿Estás loco?
El hombre de gorra bajó la cabeza y puso cara de disculpas.

Llegué a la esquina dónde tenía que cruzar, y lo vi alejarse de a poco. El viejo caminaba a su lado, despacio. Me imaginé un batallón de mujeres corriendo a los gritos hacia él. Me lo imaginé esperándolas en el medio del patio del colegio, brazos y ojos abiertos, con esa expresión tan Carlos Belloso. El hombre de gorra evitando que lo eludieran al pasar. Como si estuvieran jugando a la mancha: ellas corriendo, él corriéndo detrás, hasta tocarlas, correrse, y dejarlas manchadas.

jueves, 4 de septiembre de 2008

ALGO NUEVO*

Género Roy Andersson.
En síntesis Película de culto para descubrir a un autor distinto, y explorarlo a fondo en tu videoclub amigo (si todavía no lo perdiste).
Ideal para Cinéfilos melancólicos y exitencialistas con gusto por el humor absurdo.
Puntaje Nueve firulines!

Un pesimista diría que todo está hecho. Que no queda prácticamente nada por inventar. ¿Hay alguna manera de diferenciarse? No hay esperanza -diría él-, tenemos que conformarnos con soñar que algún día, con suerte, imaginaremos una idea brillante del tamaño de un dedo meñique y podremos disfrutarla por sus quince segundos de trascendencia.

Sin embargo, cada tanto aparece alguien con una propuesta realmente nueva. Y en un mismo momento nos renueva la fe, genera admiración y una inmensa envidia. También nos fastidia: una cosa menos por inventar, pucha digo. Algo de eso tiene el director sueco Roy Andersson.

Todos aquellos cinéfilos con paciencia que quieran sorprenderse, que gusten del surrealismo cotidiano y del humor no tradicional deberían apurarse a comprar su entrada para ver La Comedia de la Vida, una película distinta que se acaba de estrenar y sin dudas durará muy poco en cartelera. Con unos cincuenta cortos tragicómicos entrelazados, Anderrson nos hace reír y pensar sobre la incomunicación, el comportamiento humano y nuestra forma de transitar el mundo. Sonrisas melancólicas de culto.

*Aclaración importante: la calificación anterior (cinco firulines) era un error, porque la amnesia me hizo creer que iba de 1 a 5 la calificación cuando en realidad era de 1 a 10, siendo 1 algo así como Mi papá es un ídolo y 10 una cosa más Lista de Schindler o Quieres ser John Malkovich.