sábado, 20 de febrero de 2010

2010: ODISEA DEL PERÚ - PARTE 2

Camino a Puno la cosa se complica. Pancho, el nuevo chofer, se va dando cuenta que la lluvia no va a parar en el futuro próximo. Razonablemente opta por abandonarnos, pero la hinchada canta una canción para convencerlo y, por si es más materialista que sentimental, sube unos dólares la tarifa al llegar al estribillo. Pancho accede a seguir, una de las peores decisiones que tomó en su vida.

Ya jugamos al veo veo con Claudita, continuamos con una fallida guerra de canciones, tratamos de descubrir sutilmente si las lesbianas son lesbianas certificadas, comimos frititos novedosos, escuché mi mp3 del giga cero al dos y jugamos a la escoba del quince. Pido la revancha pero Mati no quiere. Dice que la escoba del quince le aburre porque es muy automática. No lo entiendo, si lo bueno del juego es precisamente que es ágil, fácil y no hay que pensar demasiado. Casi como una noche de sexo casual. Se ve que Mati está creciendo, y ya quiere una novia fija. Me parece bien.

La lluvia se hace nieve. Pensamos con odio en todas las personas que nos recomendaron cosas para hacer en Perú. Ni uno de ellos aconsejó empacar una campera con corderito.
-Plok! -dice la rueda trasera.
Frenamos al costado del camino recordando a Murphy y su brillante ley que no deja de cumplirse. Mientras Pancho cambia de rueda bajo la nieve, algunos lo alumbramos con linterna y otros salen a fumar un cigarrito y reírse por la mala suerte. Decido dejarle la linterna a mi suplente y fumar para ser parte de algo. También por la sensación de tener fuego en la mano. Siempre asocié esa imagen al calor. Por eso nunca entendí a mis compañeros de fútbol cuando fuman transpirados en el entretiempo. Fumar, en mi imaginario, mata el frío, aunque la sensación rara vez respete su proyección visual.

Reanudamos el viaje con más tormenta y atención. Se que a la derecha está el precipicio, pero no llego a verlo. Acerco la mirada y no hay caso. Las ventanas de los costados están tan empañadas que pareciera que viajáramos por una autopista fantasma. ¿Seremos parte de ella dentro de poco? Me pregunto si Pancho estará manejando de oído, pero levanto la cabeza y veo que el vidrio de adelante tiene cierta visibilidad. A veces, cuando miro un partido de River en directo, pienso que si cambio de canal hay más posibilidades de que suframos un gol. Pero en este caso prefiero abandonar la cabulera mirada fija y rendirme al zapping. Antes que hacerme mala sangre, decido morir durmiendo. Que el destino haga su trabajo.

Despierto con el minibus parado. Delante nuestro hay una fila de varios camiones muertos, con las luces apagadas, abandonados bajo la lluvia. No hay señales de choferes vivos, a menos que sean invisibles. Solo un embotellamiento que confirma la idea de la autpista fantasma. Papá Carlos baja a buscar información y vuelve con malas noticias:
-Dicen que más adelante el lago creció y ya no se puede pasar.
Hablamos de pasar la noche en el minibus, de calzarnos las mochilas y salir caminando a la lluvia, de dar marcha atrás y volver por donde venimos. Eso lo dice Pancho y nos pone nerviosos. Decidimos avanzar por la contramano, que está vacía, hasta llegar al río que interrumpe la ruta. Si no se puede pasar, nadie vendrá por ahí. Esperemos.

Avanzamos lentamente al costado de los camiones fantasma. Alguno que otro toca la bocina para prevenirnos, saludarnos o despedirnos. Cuando nos acercamos al río las bocinas son más numerosas. No todas son para nosotros. También se escuchan ruidos de piedras golpeando contra algo metálico. Nos quedamos quietos, como si eso sirviera para algo. Al rato, Papá Carlos se calza el traje de Jack Shepard una vez más y sale a averiguar:
-¿Qué pasó? -preguntamos a su regreso.
-Están tirando piedras contra los micros que quieren pasar.
-Entonces se puede pasar? -pregunta Mati con la idea fija.
-Si te gustan que te tiren piedras...
-¿Quién tira las piedras?
-Por esta zona hay muchas casas de adobe -explica Papá Carlos -, y la crecida del río hizo que algunas de ellas se derrumben. Cada vez que un micro intenta pasar por el río genera una ola que aumenta la posibilidad de derrumbes. Por eso la gente salió a tirar piedras para que los micros no pasen.

Despierto en mi asiento tiritando. Son las seis de la mañana. Ya van a ser veinte horas en minibus. Todo sigue igual, todo sigue igual de mal. Alguien comenta que un micro quiso pasar anoche y se lo llevó la corriente. Que murieron todos. Nadie sabe si algo de eso es cierto.

Los cinco amigos decidimos probar suerte a pata. Sacamos las mochilas y empezamos a caminar. Vamos a atravesar la crecida con agua hasta la cintura. Pero vamos a llegar. De alguna manera vamos a llegar. La lluvia sigue molestando, jamás se detuvo. Mientras caminamos vemos a la gente que nos mira desde las ventanas de sus vehículos. Piensan qué será de nosotros. O si ellos deberían hacer lo mismo. Yo pienso en Pancho, el chofer, y la peor decisión que tomó en su vida. Pero enseguida lo pienso mejor: si hubiera decidido volver en su momento, este hubiera sido un día más de su vida. Otro día a olvidar. En cambio ahora, si sobrevive, recordará este día por el resto de su vida. Seguramente con una sonrisa, a partir de la semana que viene. En este mismo instante nos odia, a nosotros y su decisión, pero ya se va a dar cuenta. Si es como yo, preferirá una vida llena de emociones intensas, siempre que pueda contarla.

Sigo caminando. Pero esta vez, con una sonrisa.



FINAL ALTERNATIVO*:
Papá Carlos baja a buscar información y vuelve con malas noticias:
-Dicen que más adelante el lago creció y ya no se puede pasar.
Hablamos de pasar la noche en el minibus, de calzarnos las mochilas y salir caminando a la lluvia, de dar marcha atrás y volver por donde venimos. Eso lo dice Pancho y nos pone nerviosos.
-Yo conozco una ruta alternativa! -anuncia Papá Carlos, desabrochándose la camisa para mostrarnos la insignia dorada de Súper Papá Carlos. Al menos así lo vi en mi cabeza.

Pancho duda en hacer caso, pero tiene una radio en la oreja. Papá Carlos le habla, lo convence, no lo deja pensar.
-Ahora ponte la reversa, no tengas miedo. Sigue, sigue, dale al cambio, pues. Claro, a esta velocidad. No te distraigas. Vas a ver que el otro camino está abierto. Ponte la tercera, a qué esperas? Acelerale un poquito, ándale.
No sabemos si lo trata así para impedirle que se arrepienta, para mantenerlo despierto o porque Pancho, en realidad, es un robot. Pero la radio desespera. Si no estuviera conducida por nuestro héroe votaría por apagarla.

El nuevo camino está sembrado de piedras que cayeron de la montaña. Derrumbes ocasionados por la tormenta. Lo atravesamos como si fuera un cementerio, bien despacio, con la cabeza pegada al vidrio para eludir con cuidado cada piedra. En cualquier momento encontraremos una que tapone la carretera de pé a pá, y deberemos volver. Pero todavía no. Todavía un poco más.
-¿Oyes el silencio? -le comenta Papá Carlos a Pancho-. Se ve que todos se durmieron.
-¡No estamos dormidos! -respondemos todos a coro.
Solo estabamos compartiendo el silencio. Observando el destino.

Por fin logramos pasar. La lluvia continua, pero las reservas del hostel se mantuvieron intactas y el minibus nos deja en la puerta. Nos costó un Perú llegar, pero llegamos. Gracias, Pancho. Gracias, Papá Carlos. Gracias, hostel, por bienvenirnos con una cama blanda y un acolchado que justifica cada una de las letras de la palabra acolchado. Y gracias, camino alternativo, por cerrar tus puertas dos horas después de dejarnos pasar.

Hola, Cuzco. Y buenas noches.

*El final alternativo es, por supuesto, el real. Y el real está basado en hechos reales. Fue recreado gracias al relato de un compañero de avión que logró llegar a Cuzco con otro minibus. Uno que no tenía a Papá Carlos entre sus asientos.

martes, 16 de febrero de 2010

2010: ODISEA DEL PERÚ - PARTE 1

-Acá en invierno el sol no calienta, quema. Por eso la gente es morenita -dice el taxista de camino al aeropuerto. También dice que el salario mínimo de los bolivianos es de algo así como 120 dólares al mes. Y que si no trabajas, no tienes tu almuerzo, pues. Ok.

Son las seis y media de la mañana, horario que me ha encontrado vivo y con los ojos abiertos menos de 200 veces en los últimos 10 años (calculo aproximado). A las ocho sale nuestro avión a Cuzco, Perú, para calzarnos en un par de días los zapatos de treking y andar por cuatro días consecutivos hasta llegar Machu Pichu, objetivo final. Esperemos una vez ahí abrir nuestra percepción para recibir una energía distinta, inconmesurable, renovadora y refrescante que cambie nuestra visión del mundo.
Si no es así, que nos devuelvan la plata.

Ahora resulta que anoche hubo una tormenta perfecta sobre el Perú y el aeropuerto no está preparado para recibirnos. Somos una emoción demasiado grande para ellos, pero no nos resignamos. Las noticias dicen que mañana, quizás pasado incluso, el aeropuerto vuelva a amanecer encaprichado. Así es que los que hasta ese momento éramos pasajeros individualistas pasamos a ser un grupo homogéneo de turistas con una necesidad en común: llegar a Cuzco antes que la excursión al Camino del Inca -pagada desde Buenos Aires- se nos adelante y llegue a Machu Pichu sin nosotros.

Entre todos nosotros emerge Papá Carlos. Papá Carlos es un cirujano peruano que trae consigo a su pequeña Claudia (niña de cinco años inmediatamente adoptada por el grupo) y una vocación de líder natural jamás saciada como Dios Manda. Si estuviéramos en Lost, él sería Jack. Pero sin la facha. Nos elige el minibus, negocia, y se asegura de que los 15 pasajeros entren al vehículo en tiempo y forma. Somos los cinco amigos, una linda parejita, tres muchachos, dos posibles lesbianas (o una lesbiana con intención de conquistar a su mejor amiga), Papá Carlos, pequeña Claudia y Néstor al volante.
Allá vamos.

Primer parada: Desaguadero. Ciudad boliviana que bien podría llamarse Desarmadero. Hay tantas casas de repuestos de automóviles como kioscos en Argentina. Aproximadamente dos o tres por cuadra. Repuestos japoneses para las toneladas de Toyota que Fujimori inyectó en la zona para asegurarse de que todo anduviera sobre ruedas. Lo extraño es que del poco tránsito que se ve por Desaguadero, lo que predomina son los taxistas. Y ellos andan en bicicleta. Los carritos podrían ser románticos si no tuvieran más calcomanías publicitarias que un auto de fórmula uno. La ciudad tampoco ayuda: esto no es Venecia. También llama la atención la cantidad de casas de oculistas disponibles. ¿Tendrá eso que ver con Fujimori? ¿Era su plan achinar a la población toda?

Llegando a la frontera, por cuestiones legales, Néstor, el chofer, opta por abandonarnos. El minubus entero lo alienta a seguir, cambiando el hit de la primera parte del trayecto (chofer, chofer apure ese motor que en esta cafetera nos morimos de calor) por un cántico espontáneo que promete más dinero o, en caso de desistir, palizas. No hay caso. Hay que cambiar de bus, pero antes emerge la negociación. La estrategia de Néstor es por demás extraña:
En un principio accedió a hacer el viaje por 50 dólares.
Luego, a mitad de camino, renegoció por 60 dólares.
Pero esperó al momento de llegar, cuando ya no lo necesitamos para absolutamente nada, para dar el zarpazo presionándonos con su negociación final:
-No me da ochenta dólares, porfa? -le dice a rochi, tirándole de la manga del buzo.
-Ahora me decís? Ya llegamos.
-No me obligue a suplicar, seño.
-Entonces no supliques.
Néstor la miró un ratito. Se dio cuenta que tenía razón y aceptó la derrota. Punto para Rochi.

Papá Carlos nos llama para que entremos al nuevo minibus. Parece un tour, todo está tan organizado. Antes de entrar le doy un abrazo:
-Gracias Papá Carlos, no se qué haría sin ti!
Nos ubicamos en las mismas posiciones, los culos tan chatos como antes. La falta de oxígeno que hay en la altura tiene un efecto extraño y silencioso: todos adelantamos en un día la cosecha de pedos programada para el período marzo-agosto. Claro que nadie habla al respecto. Por suerte no es necesario: serán pedos infinitos, pero son tan inoloros como el agua.

El nuevo minibus arranca. Allá vamos, en busca de la consecuencia de la tormenta perfecta.
-Chofer, chofer, apure ese motor...

viernes, 12 de febrero de 2010

LA PELOTA NO DOBLA

Tenía muchas ganas de averiguar si la pelota doblaba. Patear al vacío y con comba (aunque nunca me salió del todo bien la comba)y ver que tan recto y directo salía el disparo. Patear en plena Avenida, apuntando a un cine o un local de comida rápida. Que fuera así, una comba urbana. Pero no tenía pelota. Y primero había que aterrizar.

Los chicos ya tenían dolor de cabeza. Sugestión, que le dicen. Además habían comprado las Sorochis y querían estrenarlas. Las Sorochis son placebos que venden a turistas para el mal de la altura. Ojalá sufriera el mal de la altura. Siempre fui tan petiso.

Llegamos a La Paz, en tiempo y forma. La Paz, nomás. Nos quedamos esa noche y a la mañana nos vamos. No más, La Paz. En el aeropuerto comienza mi adicción visual por los carteles del viaje. Este tenía dibujitos y explicaba en cuatro pasos sencillos como lavarse las manos (1-prender la canilla, 2-poner las manos bajo el agua, 3-apagar la canilla, 4-secarse las manos). También había otros que explicaban cómo toser o estornudar. Se ve que la moda de la gripe porcina seguía en pie.

Tomamos un taxi hacia la ciudad, son las once de la noche. Al rato, entre curva y curva, nos empezamos a preguntar si realmente estamos en un taxi o si todavía seguimos en el avión. Es cierto que la Paz se encuentra a miles de metros de altura, pero la visión taxidermista (no, no?) bajando la montaña desde el aeropuerto ofrece las luces infinitas de una ciudad en miniatura. La maqueta de una ciudad nocturna que se va agrandando lentamente. Muy parecido a la perspectiva previa al aterrizaje, que es el mejor momento por escándalo para ver por la ventana en un avión. Con la diferencia que el vistazo desde el pajarito de metal es fugaz, mientras que acá nos ibamos acercando de a poco a esos farolitos desparramados por la montaña.
-Pega la Sorochi eh!
-Si yo no tomé y veo lo mismo... -avisa Rocío.
-Pero vos la tenés incorporada: Sos Rochi.
-Cuá.
-Shhh que quiero ver.
Cierto, era un momento para estar en silencio. Como un amanecer.

El taxi nos deja en zona céntrica y caminamos sin rumbo a paso de tortuga en busca de hostel. Paso a paso, para no agitarnos de más. Como un bebé agarrado de la mesa o un astronauta descubriendo por primera vez cómo es esto de caminar en la luna. Miramos hacia arriba los negocios iluminados y coloridos de pollo frito y chicharrones. Mucho amarillo y rojo, pero ningún Mc Donald´s. Se ve que captaron la esencia. Por suerte está oscuro pero no se respira miedo. Será porque no se respira mucho. Esperamos al segundo tiempo para cambiar de aire, pero no hay más tiempo y el aire es el mismo en todos lados. No se a quién pedirle el cambio. Para recuperarme intento respirar por la nariz y la boca al mismo tiempo. No funciona.

Me distraigo ejercitando algo que me seguirá a todos lados: la mirada fotográfica. Veo locales que son a la vez farmacias y Peñas culturales. Carteles políticos que prometen "Evo de Nuevo". Graffitis en paredes resquebrajadas con pintadas que dicen "Aprendí a leer... ya no me mamas". Puestos de diarios con la Revista Cosas, que en la tapa muestra una familia feliz sonriendo. Publicidades de celulares con el nombre VIVA y el slogan más abajo: Estás vivo! Y mucho color. Caminar despacio por lo desconocido con los ojos abiertos y la realidad un poco más cerca de lo habitual me generaba la sensación de haber fumado marihuana. Lo juro: estar en la altura es como drogarse gratis.

Entramos a un local para comer algo. Bin Bom, se llama, y es uno de tantos Mc truchos. Venden entrepiernas de pollos en combos, tés de coca, tortas verdes fluorescentes y helados. Las mesas son de plástico amarillo pero en la pared hay cuadros bonitos y al fondo se ve un hogar falso encendido. Extraña decoración.

Tés de coca para todos. El agua hervida, juró la moza, así no inaugurábamos el viaje vomitando o con cagadera. La primera impresión de los bolivianos era que parecían demasiado tímidos. ¿O eramos nosortos que los intimidábamos? Ellos no hablan; murmuran. Y yo pensaba que tenía la mala costumbre de hablar para adentro tragándome palabras, pero la moza decía oraciones enteras sin separar los labios.

Luego de comer salimos nuevamente en busca del hostel. Le ofrecí 50 bolivianos a Mati para que corriera una cuadra a toda velocidad así todos veríamos qué efecto tenía la altura en esas condiciones; pero no se animó. Seguíamos agitados con el paso a paso. Llegamos al hostel, entramos a la habitación, caímos en la cama y empezamos a reír. Rochi hizo su rutina de cubrirse con una frazada y jugar a la chola. Dani se reía como hiena, y Rochi también, pero ella siempre fue más hiena que Barrios. Intentamos sacar cuentas de bolivianos a pesos y no logramos sumar dos más dos. La altura nos tenía idiotizados. Lentos. Sedados. Dormidos. Tarados. Si nos agarra uno un poco ligerito, seguro nos gana 6 a 1. Ya no culpo a los muchachos de la selección. Pero seguiré culpando a Maradona. No soporto la soberbia.

A dormir! Siento que en posición horizontal todavía es más difícil respirar. Hay que concentrarse para aspirar más fuerte. Bocanadas grandes para tragar más oxígeno. El cansancio va ganándome y de pronto entro en RAM o CD-ROM. O sea, empiezo el sueño con una historia interesante. Pero eso me hace perder concentración y enseguida despierto agitado tratando de recuperar el aire. Dos, tres veces la misma rutina. Me doy cuenta que dormir y morir es más o menos lo mismo. Relajarme es permitir que un fantasma me robe el aliento con un beso mortal. Así interco la vigilia con la rendición, dormir y despertar, morir y reencarnar. Una noche entera soñando comienzos de sueños hasta cortarlos abruptamente. Puro puntapié inicial. Quedándome al otro día con el sabor amargo de una secuencia de historias que no pudieron desplegar las alas y se quedaron sin desenlace.

Como este post.

martes, 9 de febrero de 2010

ASUMIENDO

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Acabo de borrar un mail recurrente.
En el asunto dice Mitzvoim Parashat.
Esta vez se colgó la compu al hacerlo.
Y me quedé pensando unos segundos.
Lo envían desde hace tiempo y jamás lo leí.
¿Será cierto que para mi la religión es spam?
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